Después de la resaca de mi doceavo cumpleaños bloguero, empiezo
marzo con bastante alegría (Hasta que algún cretino venga a tirarme de las
orejas… Siempre la misma historia…). A pesar del viento y otros meteoros poco
agradables a los que hay que poner nombre (me parece tal la gilipollez, que no
le voy a dar ningún bombo), la primavera se va abriendo paso. Empiezan a
florecer los primeros nazarenos y las calles se entusiasman del bullicio
reinante.
A pesar de ser una época con bastante esplendor, los humanos
nos empeñamos en sacarle brillo (¿No tendrá bastante?), pues muchos empiezan
con las limpiezas de temporada. También con las obras. Que si pintores,
albañiles, fontaneros y alicatadores. Todo se llena de cubetas de escombros, de
camiones de mudanzas y las cajas de cartón se cotizan tanto como las
mascarillas asépticas (¡Trescientos euros que piden por una de estas, tú!).
Retira muebles, guarda los libros, busca plásticos grandes…
Toda una odisea para ponerlo todo patas arriba. Esa es la manera que tenemos
los seres humanos de celebrar la llegada de la diosa Primavera y, por supuesto,
de hincharnos a trabajar. Saca la cubertería que te regaló tu tía Josefina y la
vajilla de La Cartuja, métele un buen friegue a todos los “tupper” y echa las
rayas del baño (¿Quién se inventaría esa costumbre?).
Si a todo esto unimos que el regreso a la normalidad
atraviesa por una gran pérdida de utensilios de diferente importancia (¿Dónde
pondría las pinzas de depilarme el entrecejo? ¿Y el microondas? ¿Y el carné de
la biblioteca? ¿Y a mis hijos?), la cosa se pone fina y un poquito revuelta.
Con tanto orden y desorden llego a La casa donde todo se pierde, un álbum de Brian B. Cronin que da
comienzo a una serie de la que sólo ha visto la luz en España este título
(editorial Jaguar) y que no deja indiferente a nadie.
En este libro interactivo (si es que alguno no lo es) el
autor nos propone un juego de búsqueda en una casa que está llena de trastos. El
argumento es sencillo: un par de nietos tienen que buscar una serie de objetos
para que su abuelo se acicale y el lector-espectador puede echarles un cable.
Cada doble página nos presenta una estancia de la casa
abarrotada de objetos y chiches (En la Mancha nos referimos a este vocablo
cuando nos referimos a cosas delicadas, bonitas y, por lo común, pequeñas e inútiles,
que abarrotan y engalanan un hogar).
Lámparas, libros, cuadros, juguetes, ropa… todo cabe en estas
habitaciones con una característica en común: en cada una prima un color. Todo
(y cuando digo todo es todo) es amarillo, magenta o verde en la misma doble
página. Aunque visualmente es muy extraño (hay veces que el contraste chirria y
sorprende a partes iguales), esto del monocromatismo tiene una doble lectura.
Por un lado dificulta la identificación de los objetos perdidos, lo que hace
más difícil la búsqueda (N.B.: Les puedo asegurar que un servidor no ha dado
con muchos de estos). Por otro lado busca el sentido a una última escena
multicolor donde se conjugan todos los colores de las páginas anteriores.
Ya saben, busquen y rebusquen es este libro con cierto aire
japonés (¿Verdad que tiene un puntito muy oriental? Sobre todo en la
caracterización de los personajes) aunque por las venas del autor corra sangre
irlandesa. Y si no dan con todo lo que ha perdido el abuelo, siempre pueden
acercarse a esta página web y buscar ayuda.
Por último, una sugerencia. No salgan locos con el
orden-desorden primaveral, hay veces que hay que disfrutar del caos y la
incertidumbre reinantes.
Muchas gracias por esta divertidísima propuesta. Hace años que busco algo similar a los libros de ¿Dónde esta Wally? . A los niños de todas las edades les encantan, aunque ya tienen unos cuanto añitos y no los han vuelto a editar, en formato grande y tapa dura.
ResponderEliminarEste no nos lo perdemos.