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miércoles, 18 de marzo de 2020

Teatro, mucho teatro...



No sé qué me ocurre con esto del coronavirus, que cada día que pasa me recuerda más a una obra de teatro.
El primero en entrar a escena, nuestro presidente. No sé quién le habrá dado clases de interpretación, pero es capaz de pasar de soberbio a congestionado en milisegundos. Aun así, todavía no ha alcanzado la credibilidad pues somos muchos los que dudamos fervientemente de esa pose a caballo entre el victimismo y la ignorancia.
Detrás va el rey, que ha aprovechado la coyuntura del COVID-19 para “renunciar” a no-sé-qué herencia. Ya podría engancharla y dar buena muestra de su honestidad en forma de donación a los sanitarios españoles, profesionales que se están dejando la piel en las urgencias hospitalarias para tratar todas las neumonías bilaterales que llegan cada día a sus manos. Que no venga con cuentos, que Netflix© nos ha instruido en las mil y una formas para blanquear dinero.


Le siguen el resto de políticos y la gente bien (que no “de bien”). Sí, esos que a quienes se les hace la prueba del coronavirus mientras al resto de los españoles se les da una patada en el culo para que muchos se percaten de lo que va la democracia. Siempre ha habido clases gobierne quien gobierne. Comunistas, socialistas, demócratas o liberales. El caso es que cuando la gente empieza a vivir de puta madre no quiere morirse. Eso sí, a los demás: que los maten.
Continuamos con los medios de comunicación. Propaganda y más propaganda. Que si sal al balcón carita de azucena y aplaude un montón. Que si fíjate la de millones que van a invertir en pagarnos las hipotecas. Que si el teletrabajo es la quintaesencia de la productividad. Que tirarse un mes haciendo el cabrón no va a pasarnos factura tras la pandemia. Que si nuestra sanidad puede con todo… Falacias varias y tele en “off”.


Y por último, el pueblo triste y compungido que acude a unos supermercados y  farmacias que tienen mucho que decir acerca de la dieta “mediterránea”. Pizzas, productos precocinados, snacks, embutido y pasta son los productos estrella de una crisis sanitaria donde el índice de glucemia y las grasas saturadas preparan otra nueva a base de diabetes, obesidad mórbida, paros cardiacos, ictus y otras patologías cardiovasculares. Si a estos añadimos ansiolíticos, relajantes musculares y otros opiáceos, los de  salud mental que se agarren los machos.


Sin ganas de aplaudir llego esperanzado hasta el título de hoy, una historia hermosa donde las haya. Pelo y plumas de Lorenz Pauli y Kathrin Schärer (editorial Takatuka) es la adaptación en forma de álbum ilustrado de la ópera homónima de Lorenz Pauli, Rodolphe Schacher y Charlotte Perrey. En ella un perro con ganas de encontrar un amigo como él y una gallina ansiosa de aventuras se encuentran. No les voy a decir lo que viene después porque tienen que leer esta historia y dejarse llevar por unos diálogos la mar de simpáticos con mucho trasfondo (Lorenz Pauli siempre consigue encandilarme con su sugerente sencillez).


Sin embargo si me voy a detener en varias cuestiones que atañen a las ilustraciones y la anatomía del libro. En primer lugar las tapas, unas peritextuales que actúan como prólogo y epílogo (me hubiera gustado que se hubiera ajustado la misma distancia del plano tanto en la trasera como en la delantera, pero bueno…).
En segundo lugar las guardas y la portadilla también son espacios narrativos, en este caso con mucho sentido pues la acción se desarrolla en una obra de teatro, un lapso espacio-temporal que en parte puede asimilarse al de un libro.
Y tercero, me encanta la escena de la pausa (nos hace respirar e introduce un elemento humorístico necesario), así como la escena donde el perro y la gallina se acurrucan y se confiesas cómplices.
¡Ojala todas las obras de teatro fueran como esta!

2 comentarios:

  1. Ohhhhh! En cuanto se acabe esta cuarentena y vaya a la librería lo buscaré y me lo llevaré a casa.
    Feliz día dentro de lo que se pueda.

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  2. Tiene mucho de bonito este libro, así que creo que no errarás en la compra. Eso sí: antes deberás leerlo, que siempre no se puede comprar a ciegas. ¡Un abrazo!

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