No sé qué me ocurre con esto del coronavirus, que cada día
que pasa me recuerda más a una obra de teatro.
El primero en entrar a escena, nuestro presidente. No sé
quién le habrá dado clases de interpretación, pero es capaz de pasar de soberbio
a congestionado en milisegundos. Aun así, todavía no ha alcanzado la
credibilidad pues somos muchos los que dudamos fervientemente de esa pose a
caballo entre el victimismo y la ignorancia.
Detrás va el rey, que ha aprovechado la coyuntura del
COVID-19 para “renunciar” a no-sé-qué herencia. Ya podría engancharla y dar
buena muestra de su honestidad en forma de donación a los sanitarios españoles,
profesionales que se están dejando la piel en las urgencias hospitalarias para
tratar todas las neumonías bilaterales que llegan cada día a sus manos. Que no venga
con cuentos, que Netflix© nos ha instruido en las mil y una formas para blanquear
dinero.
Le siguen el resto de políticos y la gente bien (que no “de
bien”). Sí, esos que a quienes se les hace la prueba del coronavirus mientras
al resto de los españoles se les da una patada en el culo para que muchos se
percaten de lo que va la democracia. Siempre ha habido clases gobierne quien
gobierne. Comunistas, socialistas, demócratas o liberales. El caso es que
cuando la gente empieza a vivir de puta madre no quiere morirse. Eso sí, a los demás:
que los maten.
Continuamos con los medios de comunicación. Propaganda y más
propaganda. Que si sal al balcón carita de azucena y aplaude un montón. Que si
fíjate la de millones que van a invertir en pagarnos las hipotecas. Que si el
teletrabajo es la quintaesencia de la productividad. Que tirarse un mes
haciendo el cabrón no va a pasarnos factura tras la pandemia. Que si nuestra
sanidad puede con todo… Falacias varias y tele en “off”.
Y por último, el pueblo triste y compungido que acude a unos
supermercados y farmacias que tienen
mucho que decir acerca de la dieta “mediterránea”. Pizzas, productos
precocinados, snacks, embutido y pasta son los productos estrella de una crisis
sanitaria donde el índice de glucemia y las grasas saturadas preparan otra
nueva a base de diabetes, obesidad mórbida, paros cardiacos, ictus y otras patologías
cardiovasculares. Si a estos añadimos ansiolíticos, relajantes musculares y
otros opiáceos, los de salud mental que
se agarren los machos.
Sin ganas de aplaudir llego esperanzado hasta el título de
hoy, una historia hermosa donde las haya. Pelo
y plumas de Lorenz Pauli y Kathrin Schärer (editorial Takatuka) es la adaptación
en forma de álbum ilustrado de la ópera homónima de Lorenz Pauli, Rodolphe
Schacher y Charlotte Perrey. En ella un perro con ganas de encontrar un amigo
como él y una gallina ansiosa de aventuras se encuentran. No les voy a decir lo
que viene después porque tienen que leer esta historia y dejarse llevar por
unos diálogos la mar de simpáticos con mucho trasfondo (Lorenz Pauli siempre
consigue encandilarme con su sugerente sencillez).
Sin embargo si me voy a detener en varias cuestiones que
atañen a las ilustraciones y la anatomía del libro. En primer lugar las tapas,
unas peritextuales que actúan como prólogo y epílogo (me hubiera gustado que se
hubiera ajustado la misma distancia del plano tanto en la trasera como en la
delantera, pero bueno…).
En segundo lugar las guardas y la portadilla también son
espacios narrativos, en este caso con mucho sentido pues la acción se desarrolla
en una obra de teatro, un lapso espacio-temporal que en parte puede asimilarse
al de un libro.
Y tercero, me encanta la escena de la pausa (nos hace respirar
e introduce un elemento humorístico necesario), así como la escena donde el
perro y la gallina se acurrucan y se confiesas cómplices.
¡Ojala todas las obras de teatro fueran como esta!
Ohhhhh! En cuanto se acabe esta cuarentena y vaya a la librería lo buscaré y me lo llevaré a casa.
ResponderEliminarFeliz día dentro de lo que se pueda.
Tiene mucho de bonito este libro, así que creo que no errarás en la compra. Eso sí: antes deberás leerlo, que siempre no se puede comprar a ciegas. ¡Un abrazo!
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