Quería empezar esta semana con un recuerdo hacia Samuel Paty, el profesor de geografía e historia asesinado en Francia el pasado viernes a manos de un joven de origen checheno por haber explicado en clase lo que era la libertad de expresión utilizando como ejemplo la portada de la revista satírica Charlie Hebdo, una en la que Mahoma aparece frecuentemente caricaturizado.
Aunque poco se ha dicho sobre esta atrocidad (no es de extrañar teniendo en cuenta que el COVID está tapando las realidades que menos interesa visibilizar), un servidor no podía obviarlo. Primero por ser de una gravedad pasmosa que la libertad de expresión quede supeditada a lo política o religiosamente correcto (¿Hasta dónde tendremos que llegar en estas sociedades de ofendiditos?) y segundo porque la víctima ha sido un docente, gremio al que pertenezco.
Si bien es cierto que muchos docentes se encuentran institucionalizados y se limitan a enseñar la serie de contenidos curriculares que decide el gobierno de turno, un servidor entiende su labor desde otro prisma más plural en el que se incita al alumno, al receptor, a elaborar un discurso propio en el que haya altibajos, puntos comunes, desvaríos y desacuerdos. Un aula es un espacio de diálogo y no puede estar sujeto a los ismos ni a los caprichos ideológicos.
Preguntar, ponerse en el pellejo ajeno, contradecirse, decir lo que a uno le venga en gana, compartir o disentir, es más saludable de lo que parece, sobre todo cuando ves que otros temen esa libertad que enriquece a la mayoría y vacía a esos pocos que se decantan por la fuerza (no sólo física, ojito) para imponer su ley a costa de intereses creados que engordan las totalicracias y buenocracias censoras de medio mundo.
Evidentemente, los docentes no viven aislados del mundo y también tienen sus afinidades políticas o religiosas, pero ello no quiere decir que deban prescindir de su libertad de cátedra para que el alumno se sumerja en diferentes contextos donde encontrar posturas que, si bien son incómodas e incluyen sesgos ad hoc, contribuyen al pensamiento crítico y humano.
Y de este modo llego hasta Gianni Rodari, un docente que, a pesar de sus inclinaciones políticas (no olvidemos que militó en el partido comunista) y de ser censurado en muchas ocasiones por sus historias y vis revolucionaria en materia pedagógica, se decantó por ese espacio común llamado imaginación para conversar con un sinfín de niños, escuchar sus palabras, disfrutar de las ideas que le brindaban, y dar forma finalmente a su Gramática de la fantasía (les recomiendo la elegante edición que acaba de publicar Kalandraka), ese libro donde se recoge el bautizado como “binomio fantástico”, la idea generatriz del mundo donde se refugiaron Alicia o Bastian para sentirse libres del yugo de los adultos.
Ojalá la especie humana encuentre el binomio adecuado (no todos valen, que el azar sólo construye encima de buenos cimientos) sobre el que erigir un lugar donde la libertad germine sin ataduras ni amenazas.
Totalmente de acuerdo con tus reflexiones. Hay mucho ofendidito por este mundo y no se puede opinar sobre nada no vaya a ser que alguien se ofenda... Que te ponen a caer de un burro.
ResponderEliminarEa, Raquel, esto funciona así ahora, se puede hablar de todo pero cualquiera se puede ofender por nada... Paradojas de la vida moderna. ¡Un abrazo!
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