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miércoles, 14 de octubre de 2020

Una de dictadores


Lo peor de las dictaduras es que nadie sabe muy bien cuándo empiezan ni cuándo terminan. A las pruebas me remito, pues todas las dictaduras han pillado a los ciudadanos en paños menores. O no se las esperaban o vivían engañados. 
A pesar de que a muchos se nos vienen a la mente ciertos nombres, no todos los dictadores son iguales, un hecho sobre el que, tomando como punto de partida un puñado de criterios, podríamos establecer una ligera taxonomía sobre dirigentes totalitarios. 
Si atendemos al carácter y dejando de lado a los malvados (típicos, básicos y poco interesantes), me voy a centrar en otras categorías poco explotadas pero con más enjundia… Hay dictadores egocéntricos, guapos, avariciosos, suavones y esquizofrénicos. Los primeros, henchidos, petulantes, gritones y pesados, los segundos, exhibicionistas y a la moda, se rodean de aduladores, los terceros no pueden disimular su cara de hambrientos ni su mirada felina, los que siguen, amanerados que gustan de subalternos, y los últimos, entre paranoias y excentricidades, están para encerrarlos. 


Aunque los más conocidos son los golpistas (elecciones amañadas, tanques y ametralladoras), en lo que se refiere a las formas también hay que dar visibilidad a los democráticos (¡Ignorantes! ¡Sálvese quien pueda voto en mano!), los mediáticos (Mami tú sabe: propaganda, folletines del corazón y redes sociales), y los sanadores (¡Vivan las pandemias, el miedo y sobre todo el COVID!). También hay dictadores con mucha folla (Da lo mismo. La de Cortes, la del Rocío o la de Regla. La cuestión es que se te aparezca la virgen manque pierda) y a otros lo que les mueve es la venganza (Cosas de perdedores: o revancha o no paran). 
Si hay dictaduras porque sí (véanse todas las anteriores), también las tenemos porque no. Me explico… Carencias afectivas de todo tipo -maternales, paternales, conyugales o filiales- han pergeñado más de un dictador que sólo clamaba algo de atención (y a pesar de ello nadie a la postre les demostró su sincero amor). Calvas, acné, grandes narices o patas de palo han abocado a más de uno a la dictadura, hete aquí a los feos y acomplejados. Y por último en esta categoría, tenemos a los dictadores que lo han sido porque otros nunca llegaron a serlo (carambolas del destino que nos dejan boquiabiertos). 


Y para finalizar con este catálogo llegamos a Ubú, el peor de todos y mezcla de todos los anteriores, que además es el protagonista del último álbum publicado en España de Jérôme Ruillier (editorial Juventud). Ubú comienza zampándose al rey y, evidentemente, se convierte en el nuevo rey. No teniendo bastante continúa con los verdes, con los azules y los rojos. Crece a cada bocado, a cada mordisco su poder aumenta. Pero no todo en las dictaduras es positivo, pues el poder, la mayor parte de las veces, también se indigesta. 


Una vez más Ruillier nos adentra en un discurso complejo a través de una línea narrativa aparentemente sencilla. Tomando como figura narrativa el círculo y jugando con tamaños, colores y composiciones, desarrolla una fábula llena de simbolismo que es capaz de desbordarse en mil facetas de diferente tonalidad. No se olvida del caos ni del orden (cuando Ubú no desata el desconcierto todo aparece medido al milímetro), tampoco de los diferentes ni de los iguales (ordenación por colores y tonalidades dentro de la misma gama). Ni de los protagonistas (negro, gris y amarillo, muchas veces situados en la página derecha), sean voraces (Ubú crece y crece, y se desplaza desde una posición lateral hasta el centro de la doble página) o cobardes (¿Adivinan quién es? Me parece un planteamiento discursivo muy interesante el de este personaje). Tampoco se olvida de causas ni consecuencias. Ni siquiera de los que recuerdan, porque evidentemente, el relato siempre necesita un narrador que perdure en el tiempo. 


Bautizada con el nombre del protagonista de la comedia satírica de Alfred Jarry, esta historia no sólo busca un guiño a la obra del dadaísta francés (hablar de una versión creo que es demasiado), sino que da una vuelta de tuerca a una particular a una fábula de tiranos que el niño-espectador puede identificar con un buen puñado de recursos estéticos, pero bajo la que subyace sobre todo un sustantivo llamado LIBERTAD.

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