Hoy es mi santo, y a pesar de llevar con bastante elegancia este nombre que me propinó mi padre sin encomendarse a nadie (que se lo digan a mi madre) he caído en la cuenta de que soy invisible. Como lo oyen... Si de los Pablos, las Pilares o los Pacos se acuerda todo el mundo cuando llega su onomástica (“Felicidades a todos los Josés y Pepes” “Manolo, muchas felicidades” “¡Lola, bonica, que disfrutes de tu día!”), de mí no se acuerda ni el Tato (tampoco es que me acuerde yo del suyo. Que invisibles hay a montones).
Nos pasa como a la gente buena, que se acuerdan de ellos cuando se mueren. “¡Con lo buena persona que era!” decía uno... “¡Ojalá lo hubiera conocido más y mejor…!” rezaban aquellas... Y no me negarán que los maestros se aprenden antes el nombre de los alumnos holgazanes y maleantes (repetición mediante y pareado al canto), que el de los cándidos y trabajadores.
Yo me moría por un santo cuando era crío (y sin estar bautizado, imagínense el cuadro). Todo el mundo tenía el suyo excepto yo (eso me pasó por pionero), pero Doña Puri, mi maestra más querida, medió con el clero para propinarme dos, uno en noviembre y otro en febrero (tenía que recuperar el tiempo perdido). Y fui feliz hasta que mi hermana lo averiguó y dijo que ni mártires ni leches, una celebración y no más, que Virgen de los Llanos solo hay una.
Aunque pensaba tomarlo como excusa para saltarme los preceptos coronavíricos y celebrarlo con un “brunch” el próximo sábado (aviso que, ni aun así, en años sucesivos se acordarían mis allegados), prefiero obviarlo, que a mí pocos me invitan a ensuciarles la casa (Nota: Recuérdenme que otro día ironice sobre esta miga tan suculenta).
Como aquí los que me han felicitado son mi madre y Libros del Zorro Rojo (ahora les cuento el porqué), son los únicos que merecen un buen convite. Como la “mia mamma” ya se ha puesto fina -como su propio nombre indica- a base de tarta de trufa y chocolate, llega el turno de darle las gracias a la citada editorial con esta reseña, pues hoy mismo ha llegado a mi buzón ¿Vegetariano? de Julien Baer y Sébastien Mourrain, uno de sus últimos libros que además de encantarme, tiene a un tocayo mío como protagonista (¿casualidad o detallazo?).
Román Mojapán (lo siento, pero mi apellido, como bien decía la loca de la Majo, tiene más solera: “Médico, artista o torero. Lo que tú prefieras”) recibe la inesperada visita de un par de pollastres que a modo de policías le piden que los acompañe. Él se presta a seguirlos hasta una nave donde será acusado por unos cerdos, un buey, un pavo, tres polluelos, un palito de merluza y lo que parece ser unos nuggets. Román se acojona mientras el búho lo declara culpable y...
Para conocer el desenlace de una historia con mucho humor, tendrán que acudir a su librería/biblioteca más cercana. Sólo les puedo decir que me ha chiflado por lo difícil que es desarrollar una mirada crítica sobre la dualidad carnivorismo-vegetarianismo (esa realidad dietética en la que vive sumida la sociedad occidental mientras los chinos crecen al 10% y los etíopes se mueren de hambre), por poner en el punto de mira a todos y al mismo tiempo no defraudar a nadie. Así que, detractores, seguidores, coman lo que coman, aplaudan, por favor.
Yo por mi parte lo voy a celebrar con una rebanada del pan que acabo de sacar del horno untada de sobrasada y queso. Que solo se celebra un día San Román, el excéntrico.
¡¡Felicidades, Román!! Me he reido a gusto con tu entrada. El libro promete.
ResponderEliminar¡Felicidades Román! Y ya de paso te felicito por tus entradas. Me encanta leerte. Un saludo
ResponderEliminarPues muchísimas felicidades, me encanta que a la gente le siga gustando celebrar su santo, no hay que dejar pasar la oportunidad de darse un premio, un homenaje, un regalo o un cariño a uno mismo, y que los que te quieren aprovechen para hacer lo mismo. Biquiños!!!
ResponderEliminarFelicidades Román, siempre me ha encantado ese nombre, de hecho, tengo a un pequeño Román en casa...Romanciño...
ResponderEliminarAyer leí la entrada de las guardas, camisas, portadas y demás...me encantó!