Es curioso como las diferentes jergas se introducen en el día a día. Expresiones que nunca hubiéramos imaginado se cuelan en nuestras vidas y, sin querer, se instauran en el ideario colectivo creando nuevos conceptos que poco tienen que ver con eso que se llama cotidianeidad. Si “el conjunto de la ciudadanía” o “un libro en verdad” ya me ponen de bastante mal humor, lo de “proyecto de vida” me saca de mis casillas.
Las familias son proyectos, los niños, también. Todo es susceptible de ser planeado, estudiado al milímetro, auditorías y controles de calidad personal y social. Cualquier parcela de la vida se ha convertido en algo que necesita de la corrección política y jurídica, de formalidades y negociaciones, de aprobaciones, de presupuestos, de hipotecas a corto, medio y largo plazo. Sólo nos falta darnos de alta como autónomos y pagar una cuota al estado.
Leo y escucho a todo tipo de majaderos utilizar una expresión reservada al ámbito empresarial, económico, productivo o laboral para referirse a su propia vida. Psicólogos, sociólogos, asistentes sociales y charlatanes han logrado reducir a la mínima expresión algo tan complejo como la propia existencia. Y lo peor de todo es que han conseguido que el resto del rebaño repita como un mantra la dichosa cantinela.
Solo un estúpido podría limitar las innumerables circunstancias que lo acompañan a una serie de factores difícilmente manipulables. Así pasa, que, de vez en cuando, el azar que la vida lleva implícito les propina bofetones que desmoronan esos constructos que se han esforzado por levantar en pro de la arquitectura más efímera y soez.
Incluso lo que puede pecar de producto manufacturado -una bomba nuclear, la famosa vacuna o una maceta-, está supeditado a una serie de factores desconocidos que lo van moldeando paso a paso, día a día. Antojos del tiempo que nos invitan a vivir, pero también a dejarse llevar. Porque quizá, hacer lo imposible para que nuestros hijos estudien una carrera, para celebrar las bodas de oro o para que se vendan un millón de ejemplares de nuestro libro, sean lastres persistentes que solo nos abocarán al fracaso.
Hay que planear algo, más bien poquito, poner la intención, la brújula en camino y nada más. Esa es la razón por la que me rindo y floto. Gracias a la marea, a los impulsos, por culpa de los amigos, también de los sobrinos… Todo eso me arrastra hasta lugares donde no quiero ir pero que, sin comerlo ni beberlo, forman parte de ese hogar informe que me cobija. Les recomiendo esos ejercicios llamados vaivén, quiebro o admiración. Como los que sufre el protagonista del libro de hoy.
Un arquitecto muy cuadriculado contempla como la construcción del edificio que ha diseñado queda totalmente supeditada a un elemento disruptivo: un árbol. Él hace lo imposible por buscarle los tres pies al gato y salvar esa idea primigenia. Terco como una mula, quiere controlar hasta el último detalle, pero el árbol rompe los esquemas, lo pone a prueba para, al final...
El arquitecto y el árbol, de Thibaut Rassat (Cocobooks), además de ahondar en la relación que el ser humano tiene con lo inesperado, es un especial homenaje a Conical Intersect, la obra de otro arquitecto, Gordon Matta-Clark, que mostró el valor y necesidad de los edificios integradores.
Entren en este libro y trasladen lo que les va diciendo sobre esa dicotomía compleja que llena cada uno de nosotros. Alejándose de lo preceptivo, de las líneas preestablecidas, de todo ese orden aparente que nos enjaula cada hoja del almanaque.
¡Precioso cuento! Estoy deseando cazarlo, con dos hermanas y un cuñado arquitectos no te cuento cómo eran y serán las comidas domingueras, ja ja.
ResponderEliminarDe todas formas me gustaría comentar que discrepo un poco contigo, creo que es bueno tener algún plan en la vida, un objetivo hacia el que dirigir nuestras ilusiones y esfuerzos. Claro que teniendo presente que siempre ocurrirán cosas que nos lo pondrán difícil o incluso nos harán cambiar de idea, pero aunque con frecuencia te dejes llevar por las circunstancias (hay que adaptarse, si no la vida es una lucha constante contra todo y tampoco), pienso que está bien luchar por algo que te apetezca mucho, ya sea una profesión, tener una casa al lado del mar o viajar cada año a un lugar especial.
¡Ánimo y a pelear por lo que queremos! Biquiños desde Galicia, Román!
Martica, planear no está mal, lo difícil viene cuando lo haces al milímetro, con terquedad y sin sentido común. Demasiada frustración para cada intersección, ¿no? ¡Un abrazo grande desde La Mancha!
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