Se acaba la calma y empezamos un nuevo trimestre. Este año no hay lunes de pascua que valga, pues nuestro cacique particular, uno que destila odio manifiesto hacia el profesorado, ha decidido que ya tenemos suficientes vacaciones. Sonrío con desgana y rezo mis plegarias matutinas mientras pongo la lavadora. Solo espero que algunas de mis peticiones se cumplan. No hay mal que por bien no venga.
Imagino como deben estar mis energúmenos favoritos. Con esto del calorcete, no hay quien se resista a una buena jarana, todavía más si tenemos en cuenta que nos tienen bien sujetos del morral sin razones aparentes. Y digo esto porque no logro entender por qué sufrimos restricciones más severas que hace nueve meses cuando los niveles de contagio son prácticamente nulos y el porcentaje de vacunados sigue subiendo. ¿Habrá intereses ocultos en ello? Hay muchos puntos negros en todo esto.
La primavera se promete divertida. Ahora es cuando viene lo bueno de esta ley seca. Con la sangre bullendo y más horas de sol, no se crean que los adolescentes se estarán quietecicos. No. Ya han tenido bastante. Con mucha calle por delante, y más juntos y revueltos, nos sorprenderán con nuevas estrategias para pasarse las normas por el forro y arrimarse lo que sea menester. Empieza la carrera por la libertad.
Partidos de fútbol, carreras de patines, bancos en el parque, una cachimba en alguna huerta abandonada, o la casa de campo de algún padre cómplice serán los lugares para evadirse de una serie de leyes que brillan por su falta de lógica. Espero que los jóvenes tomen las riendas de la situación y nos dejen boquiabiertos con su capacidad de inventiva y supervivencia.
El estiaje se promete esperanzador. Confío en que huestes de adolescentes hagan de su capa un sayo y comiencen a poner en duda muchas de las premisas que a día de hoy todavía se presuponen sobre el bicho. Las formas de contagio, la efectividad de la vacuna o la incidencia estacional son cuestiones que todavía no están muy claras y que necesitan echar mano de la humanidad de los chavales, unos que a veces tienen una lógica más aplastante que los adultos y a quienes hemos vilipendiado durante todos estos meses con nuestros prejuicios de personas ¿responsables? y ¿ejemplares?
Solemos ningunearlos, hacer caso omiso de sus conocimientos. Ignorados, silenciados e invisibles, nos dan más de una lección y tienen más cabeza que mucha gente “experimentada”. Y si ustedes creen que andan sobre las aguas, les recomiendo Los osos del aire, un librito escrito e ilustrado por Arnold Lobel en 1965 que ha recuperado Blackie Books esta primavera que la sangre altera.
En él, Ronald, Donald, Harold y Sam son instruidos por su abuelo para llegar a ser osos de provecho. Aunque lo intentan, ellos prefieren tomar su propio camino y dedicarse a brincos, saltos y malabares. El abuelo se enfada al verlos hacer cosas tan impropias y se decide a instruirlos en el arte del buen oso. El tiro le sale por la culata y son los pequeños osos del aire quienes le dan una magnífica lección.
Una pequeña parábola breve y efectiva que deben conocer de este primer Arnold Lobel. Y lo dicho: dejen vivir a los jóvenes, puede ser muy clarividente.
Arnold Lobel: love love lobel.
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