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miércoles, 26 de mayo de 2021

¡Fuera complejos!


Mi madre siempre ha dicho que sentir envidia es lo peor que te puede pasar en la vida. Es un sentimiento que te corroe por dentro, te devora, no te deja avanzar ni mucho menos ser feliz. Si te pasas cada día de tu existencia comparándote con quien tienes al lado y deseas que la gente que te rodea no tenga para sí lo que tú anhelas, probablemente sufras muchas desdichas.
Con el paso del tiempo he descubierto que es verdad, y de paso añado a la batidora los complejos, unos que siempre empeoran las cosas. En parte, porque lde los complejos germina la envidia, y en parte porque los complejos te impiden alcanzar los deseos y metas que te planteas.


No voy a decir que un servidor no tenga complejos, pues todos tenemos alguno que otro, pero sí diré que no soy esclavo de ellos. A veces me pican, sobre todo cuando estoy bajo de ánimos o una racha de mala suerte se ceba conmigo, pero procuro mantenerlos a raya. Porque también tengo muchas virtudes de las que echar mano, equilibro la balanza y ensalzo mi persona, esa que discurre entre un yo y sus circunstancias.
Porque no crean que solo son los complejos, sino la caterva de parásitos que, parapetados tras ellos, se dedican a meter baza para sacar provecho a costa de nuestros puntos débiles. No se fíen de melindrosos y aduladores, pues saben cómo pasarnos la mano por el lomo, alimentar el ego herido, adormecer nuestros sentidos y salirse con la suya.


Gordos, bajitos, calvos, pusilánimes, narizones, cojos, feos, canosos o escuálidos. Hay complejos de todos los colores y sabores. Unos duran toda la vida y otros sólo un instante. Lo mejor de todo es cuando te empiezan a dar igual y te dejas llevar. Esto puede suceder por muchas causas: porque sí, porque nos hacemos mayores y queremos aprovechar la libertad que nos queda, o porque algún detonante -la muerte de un ser querido, un divorcio malencarado o las decepciones laborales- nos desgarra. Cualquier cosa puede dar comienzo a esa relación cordial con nuestros complejos


Véase el caso de Olga, la protagonista de El kiosco, uno de los mejores libros-álbum de esta primavera que nos llega de la mano de Libros del Zorro Rojo y que está basado en el cortometraje de animación homónimo que desarrolló hace años la propia autora, Anete Melece, y que ha obtenido numerosos reconocimientos internacionales (pueden disfrutarlo AQUÍ).
Olga lleva muchísimo tiempo a cargo del kiosco. Periódicos, revistas, pasatiempos, lotería, chucherías, agua e incluso indicaciones para los turistas se pueden encontrar en su kiosco. Lo malo es que ha engordado tanto que ya no puede salir por la pequeña portezuela e irse de vacaciones a la orilla del mar. Un día, por culpa del repartidor de los periódicos y unos pillastres, Olga arranca el kiosco del suelo y empieza a deambular con él a cuestas por la ciudad. ¿Cómo terminará esta aventura?


Con tapa troquelada, guarda delantera peritextual, ilustraciones desenfadadas y coloristas, secuenciaciones dispares y un argumento algo loco, este libro nos sumerge en un universo de complejos y angustiosa comodidad, que además de ser extrapolables a cualquier persona, nos invita a romper con nuestra zona de confort, a asumir lo que somos, y dejarnos llevar por los deseos más profundos y recónditos. Porque a veces no hace falta cambiar nuestro físico o forma de ser, a veces basta con ser conscientes de lo que tenemos y buscar nuevos horizontes que nos permitan expandir nuestra existencia.



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