Ha sido un verano extraño. Tan pronto nuestros televisores nos animaban a salir cuando nos diera la real gana para gastar hasta el último euro en nuestras vacaciones, que nos instaban a quedarnos en casa por culpa de la llamada quinta ola, esa que nos iba a llevar a la ruina hospitalaria de nuevo, que nos sumiría en otra debacle por culpa de todos esos jóvenes, pecadores e inconscientes que se habían lanzado a las calles por la euforia estival.
Por un lado nos premiaban como ciudadanos ejemplares. “Disfrutad como héroes que sois, que para eso os habéis tirado un año y pico ahorrando”. Y por otro se dedicaban a jodernos con sus toques de queda y artimañas varias. “Iros a la playa, idiotas, levantad el turismo como ratas enjauladas”.
Nos han atiborrado de mascarillas, han puesto a la venta los test de antígenos más caros del continente y nos han vacunado como al ganado porcino. ¿Para qué? ¿Para tener un verano más limitante que el del año pasado? Y me sigo preguntando: ¿Hasta cuándo van a seguir utilizando la pandemia como herramienta de poder, como arma de propaganda, como parapeto para ocultar otros problemas igual de serios?
Ahora nos dicen que una triple dosis, que habrá más olas, que no nos relajemos ¿No sería mejor abrir el ocio nocturno que tener las calles a rebosar de botellones? ¿No sería mejor ir buscando medicamentos para combatir la enfermedad que atiborrarnos a vacunas? ¿No sería mejor dejar de ver la televisión?
Yo no sé cómo, a estas alturas de la película, no se le han hinchado lo suficiente las pelotas a algún juez como para llevar al trullo a más de un político. Por manipulador, por mentiroso, por cobarde (Este último rasgo, aunque útil y muy de moda, siempre me ha resultado asqueroso).
Ahora saltarán otros cobardes diciendo “Qué más da quiénes gobiernen si el resultado siempre es el mismo” “Prefiero lo malo conocido que lo bueno por conocer” “Al menos estos no…” Y yo, que soy partidario de los cambios, de la evolución, respondo que prefiero las alternancias de poder a un enquistamiento social de los males que trae consigo cada ideólogo. Que no quiero hacerle siempre el trabajo sucio a la misma facción.
Si piensan que digo tonterías, aquí tienen El rey cerdo, un álbum escrito por Koos Meinderts e ilustrado por Emilio Urberuaga (ediciones Ekaré), donde se habla, ente otras cosas, de lo fácil que es suplantar a un gobernante mediocre por otro gobernante que se volverá igual de mediocre que el primero y que probablemente será suplantado por otro.
Utilizando una parábola moderna protagonizada por un rey al que le encanta atiborrarse de gorrino y un cerdo que se plantea su insignificante existencia, se desarrollan una suerte de casualidades que con algo de sinsentido y humor nos dejan entrever una realidad que se ha repetido una y otra vez en multitud de lugares.
No se pierdan un texto en el que subyacen muchas preguntas y disfruten de unas ilustraciones coloristas y llenas de detalles que descubrirán los buenos observadores (Y para los malos, unas pistas… les invito a que se fijen en los cuadros del palacio y en el dosel de la cama, que descubran al personaje oculto en cada doble página y le hagan una caricia en la guarda trasera, y por último que disfruten del homenaje que un Urberuaga autorretratado le hace al gran ilustrador holandés Max Velthuijs).
Y tras la lectura sólo nos quedará preguntarnos aquello de: ¿A todo gorrino le llega su San Martín? Esperemos que sí. Y yo me alegraré.
Que bello! Imposible no quererlo para los peques.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Saludosbuhos!!!
¡No hay de qué! Es un libro que ofrece muchas perspectivas y puntos de vista. ¡Un abrazo!
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