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martes, 2 de noviembre de 2021

La verdad sobre las brujas


Durante estos días festivos en los que todo se ha llenado de monstruos, vampiros, zombis y otros seres de la noche, he tenido la oportunidad de pensar sobre las brujas, unos personajes muy presentes en la Literatura Infantil y de las que poco se habla.
A las brujas se las describe como figuras femeninas generalmente solitarias que desarrollan poderes mágicos con el afán de hacer el mal, pero ¿cuál es la verdad sobre las brujas? Vamos a ponerle algo de realismo y ciencia a estas mujeres que tanto señalamos en los cuentos tradicionales, pero que distan mucho de esa imagen de malas pécoras que se les asigna.


Según muchos estudiosos, las brujas eran mujeres sabias que ejercían las veces de curanderas, herboristas y boticarias dentro de ciertas comunidades, como por ejemplo en las tribus celtas. Es decir, estaban integradas en su sociedad a pesar de que muchas vivieran de manera aislada, sobre todo en Europa Central, y generalmente en mitad del bosque, un medio donde encontraban fácilmente los ingredientes para sus ungüentos y brebajes. En muchos casos, estas mujeres, lesbianas o no, convivían con otras mujeres, de manera que establecían clanes y escuelas donde enseñar sus conocimientos. A pesar de pertenecer a clases sociales bajas, también las clases altas requerían sus servicios, no sólo médicos, sino también consejo y asesoramiento.


Entonces, ¿eran efectivas sus pociones transformadoras y sus filtros de amor? ¿Volaban sobre escobas? ¿Hacían aquelarres? Antes de nada hay que entender que hace siglos la naturaleza era concebida como un espacio mágico, sobre todo porque la ciencia no estaba desarrollada y la ignorancia reinaba en una sociedad donde cualquier suceso o fenómeno que no entrara dentro de la norma era tildado de magia. Hoy es diferente y sabemos que todo lo que tiene que ver con esa magia se puede explicar gracias a la química, esa que también reside en los principios activos de plantas y hongos que aquellas mujeres conocían, manejaban y consumían. 
Así, las brujas de Salem se intoxicaron gracias al cornezuelo del centeno, un hongo con propiedades neurotóxicas, que había contaminado el pan. Los aquelarres no eran más que reuniones en las que además de ritos o sexo, se intercambiaban conocimientos y experiencias sobre farmacopea. Y si alguna vio a otra volando, pudo ser gracias a las alucinaciones que le había provocado cierta droga mientras otras compañeras se masturbaban con el palo de la escoba a la luz de la luna llena.


Entonces, ¿por qué estas mujeres terminan asociándose a lo maligno y demoniaco? Primero por su condición femenina, una que la religión cristiana asocia al pecado (ya saben lo de Eva, la manzana y la serpiente) y en segundo lugar por ser la competencia directa a la institución eclesiástica (las brujas representaban un paganismo docto enfrentado a la omnipotencia y omnipresencia de esa iglesia dominada por hombres).
Resumiendo, alguien tenía que pagar el pato cuando la peste, las malas cosechas y las hambrunas se cernían sobre la población, y en aquel entonces le tocó a las brujas, sobre todo en el mundo protestante (aunque la peor parte de esta historia se la llevó la Inquisición, se calcula que en Alemania se ejecutaron a más de 25000 personas frente a las 300 en España). Y si tenemos en cuenta que las hogueras en las que morían quemadas eran acontecimientos públicos que a la vez de entretener, aleccionaban moralmente a los fieles, la solución era redonda.


Aunque las cosas han cambiado, todavía quedan brujas en las historias dirigidas a los niños, como la que hoy les traigo gracias a Sd Edicions, el escritor Artur Scriabin y el ilustrador Enric Lax. La isla es uno de esos álbumes poderosos y necesarios que cuenta la historia de cuatro amigos que durante el verano exploran los alrededores del pueblo. Un día deciden cruzar el muro, esa frontera entre lo conocido y la espesura del bosque, lo que ellos llaman “la isla”, el lugar donde un barco navega sobre las copas de los árboles y, según la gente, suceden cosas extrañas durante la noche. Curiosos, se cuelan allí para conocer de primera mano semejante lugar capitaneado por una extraña y misteriosa mujer.
Una historia deliciosa -me ha encandilado- donde la amistad y la nostalgia, la realidad y la fantasía se mezclan para sugerirnos muchas cosas que todos guardamos dentro. La amenaza de los prejuicios adultos, una bruja que no es bruja, la magia perdida o el triunfo de la eterna mirada infantil te mecen gracias a un texto directo y unas ilustraciones que lo complementan y enriquecen. Con tan solo dos colores, negro y azul, y una estructura visual a modo de álbum de recuerdos, este libro se llena de fotografías, recortes y dibujos infantiles donde el lector-espectador puede leer entre líneas, soñar, y sobre todo, dar con su propia historia que, evidentemente, tendrá una bruja propia.

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