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miércoles, 24 de noviembre de 2021

Lastres familiares


Cada vez que recuerdo a Belén Esteban diciendo aquello de “Por mi hija, ¡ma-to!”, una sonrisa se esboza en mi cara. Y no solo por todo el barriobajerismo que destila, sino porque cada día que pasa, las relaciones familiares me resultan más abyectas.
Instinto, genes, convivencia… Si bien es cierto que la familia se relaciona con diferentes términos, también lo es que nos duele. Vivimos en un país que las relaciones familiares se han idealizado hasta cotas insospechadas por culpa de la religión, el sentimentalismo o el folklore. Aguantamos lo que no está escrito.


No obstante, que una madre tenga que aguantar el desprecio constante de sus hijos, que un hermano vea como otros le hacen daño impunemente, o que un abuelo no pueda ver a sus nietos, son causas más que suficientes para romper esos lazos invisibles. Cuando las relaciones familiares se sustentan en el parasitismo monetario, físico o emocional, hay que dejarse de enfados y llantos, y tomar una determinación.
Si la gente no se porta bien con uno, yo soy partidario de guardar la nostalgia en un cajón y seguir hacia delante, que siempre hay tiempo de sacarla (aunque no florezca, que también puede pasar). Llámenlo practicidad o insensibilidad pero el caso es que todavía no entiendo cómo tragamos tanto con esto de la sangre.
Que si les dices, que si les haces, pero a la postre quieren sacarte la pringue. Entonces no somos tan malos. Se ve que nadie les ha dicho que para recibir también hay que dar. Y si no, al pairo, que ya está bien de tanto parásito y amargado. Prefiero estar tranquilo a vivir gangrenado. Y cuando quiera disfrutar de las mieles familiares, leer un libro como el que sigue, y si hay ganas, abrir el cajón de los lastres.


Grande y pequeño de Henri Meunier y Joanna Concejo, es uno de esos álbumes delicados que desde la editorial Thule nos traen este otoño para disfrute de nuestros sentidos. Alejado de las clásicas historias entre hermanos, los autores discurren por terrenos un tanto inusuales y poco practicables, sobre todo si partimos de la idea clásica del amor fraternal.
Cuando Pequeño llega a este mundo, Grande aparece en mitad del jardín. Mientras el uno cabe en un abrazo, el otro debe dormir fuera de casa. Pero algo extraño sucede. Conforme Pequeño va creciendo, Grande va menguando. A los siete años son del mismo tamaño. Pero Grande sigue encogiendo, se hace diminuto, pequeñísimo, hasta que…


Plagado de metáforas verbales y visuales, este libro nos presenta las relaciones humanas sin olvidar la independencia. Un vínculo fraternal basado en la confianza y el respeto, en el cariño y el entendimiento, y que se puede hacer extensivo a todo tipo de hermanos que difieren en caracteres o pensamientos.


Cabe destacar una ilustraciones de gran belleza poética que, con recursos típicos de la autora (reproducciones fotográficas y un característico despliegue vegetal), establecen una atmósfera tranquila y muy propicia para el encuentro entre los protagonistas, sin olvidar pequeños detalles que abren rendijas para esa fantasía inusitada donde cualquier lector puede sentirse cómodo sin necesidad de entender lo que sucede sobre las páginas.

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