Es curioso cómo, durante la educación primaria, la mayoría de los padres se vuelcan en sus hijos. Les ayudan en las tareas, se preocupan por la buena (o mala) marcha de sus estudios e intentan estar al tanto de las tendencias educativas.
Sin embargo, cuando los nenes se van acercando a la adolescencia, empiezas a ver cómo las fuerzas flaquean. Ya no hay tiempo que dedicarles ni paciencia para comprenderles, solo queda resignación para no acabar electrocutándolos con la plancha del pelo o el cargador del móvil, dos herramientas muy necesarias a estas edades.
Muchos ponen distancia, se alejan. Lo que antes era pasión por la crianza, se convierte en toda una suerte de despropósitos que van minando todas esas expectativas depositadas en unos vástagos cuya mayor preocupación es contar el número de likes que ha cosechado su última foto en las redes sociales.
Se acabó el sharenting. Ni comuniones, ni regalos navideños, ni fotos de familia. No queda ni rastro de aquel supuesto orgullo paterno-filial que atestaba las estanterías y mesitas de noche. Ese acompañamiento que lucía por los cuatro costados, ha quedado reducido a un puñado de cenizas, un boletín de notas lleno de tachones y mucha decepción.
Al otro lado están ellos. Desbocados, herméticos, ignorantes y complicados. Abandonados a su suerte en mitad de un agujero inmenso que engulle al desesperanzado. Esa es la razón por la que, más que nunca, hay que estar cerca y alerta para, en caso de caída libre, abrir los brazos y cogerlos al vuelo para que continúen. Equivocándose y levantándose, un difícil vaivén más que necesario para cualquier aprendiz en ciernes.
El aprendiz de brujo es una balada que Johann Wolfgang von Goethe escribió en 1797 tras escuchar un cuento tradicional con el mismo título pero diferente contenido. Estructurada en catorce estrofas pasó a ser una historia muy arraigada en la cultura alemana que daría el salto internacional gracias a la película Fantasía (Walt Disney, 1940) donde aparecía Mickey Mouse interpretando a este aprendiz desastroso al son del poema sinfónico de mismo nombre que Paul Dukas compondría en 1897. Sí, queridos lectores, aunque no lo crean, fue antes la literatura que la música y el cine.
De sobra conocido, el argumento de esta obra habla de Florián, un pequeño vagabundo que es acogido por un hechicero y pasa a ser su aprendiz. El chico aprende rápido y el brujo comienza a enseñarle algún que otro hechizo. Un día, el maestro se tiene que ausentar y deja todo en manos del chaval. Pero como la juventud es ignorante y osada, Florián intenta ahorrarse algo de trabajo y lía la marimorena. Al final será el maestro quien tenga que solventar el desastre además de ver traicionada su confianza.
En esta ocasión son Gerda Muller y la editorial Lóguez quienes nos hacen disfrutar de esta historia en castellano. Ilustraciones figurativas con montones de detalles (me encanta ese libro sobre botánica o todos los enseres que pueden encontrarse en casa del brujo) y donde la ambientación es un plus, acompañan a un texto adaptado pero con chicha donde podemos encontrar ecos a otros cuentos clásicos, y de paso tomarlo como buen ejemplo para lo que hoy nos ocupa. Pues los adultos deben saber perdonar y enseñar, y los discípulos arrepentirse y aprender.
Ooohhhhh! No sabía. ¿Pero el texto es el de Goethe o está basado en él?
ResponderEliminarEl de este libro es una adaptación del de Goethe. ¡Para que veas que todo bebé de la literatura! ¡Besos!
Eliminar