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martes, 8 de marzo de 2022

Discursos sacados de quicio


Hoy se ve que toca celebrar el día de la mujer y yo no voy a ser menos. Podría hablar de los piropos desde el andamio, del papel que la mujer tiene en el hogar, de las diferencias de salario en el trabajo, o de los llamados micromachismos que habitan en chistes y otras expresiones del día a día, pero no. También podría dedicar la entrada a las mujeres mutiladas sexualmente, a las que se ven obligadas a casarse siendo niñas, o a las que dilapidan por adulterio, pero tampoco. Estaría bien hablar de la llamada violencia machista, de las leyes paritarias o de los permisos de maternidad, pero no.
Hoy me voy a dedicar a contarles lo que me sucedió el otro día hablando de cierto libro con una conocida que se autodefine como feminista, y poner así de relevancia lo chungos que pueden llegar a ser ciertos discursos cuando se utilizan indebidamente.


Me hallaba yo en cierta librería sosteniendo en las manos Mina, un libro de Matthew Forsythe que acaba de publicar Andana en nuestro país. Hice una lectura rápida y, voilá, me encantó. El autor de Poko y su tambor había vuelto a idear una narración llena de luz (la paleta de color de este hombre es espectacular), toques de humor, con cierto espíritu crítico y pone en duda el universo adulto.
Cuenta la historia de Mina, una ratona que gusta de la lectura, cuyo padre, un poco despreocupado y excéntrico se presenta en casa con un ardilla que no lo parece. Mina, aunque desconfía de su padre, accede a que la nueva mascota se quede en casa, lo que tendrá un terrible desenlace.


Le doy con el codo a mi conocida que está muy al tanto de todas las novedades editoriales, le sugiero que le eche un ojo al citado libro y me espeta: “Ese libro es un claro ejemplo de que los problemas de las mujeres se deben al patriarcado” Yo abro los ojos como platos y ella sigue… “Si la protagonista, mejor formada que su padre, lo hubiera mandado lejos, se hubieran librado del susto. Es un reflejo de esas mujeres que viven supeditadas a los hombres y su mirada de superioridad machista”
Perplejo, le contesto que será que soy hombre y rubio, porque yo en ese libro sólo veo una buena dosis de humor, algo de sinsentido y cierta mofa sobre el mundo adulto. “Ay, qué iluso eres, Román, no sabes cómo se las gastan algunos medios culturales al servicio del discurso sexista…” 


Ya, un poco harto, le digo que deje de rizar el rizo. Que si en vez del padre, fuera la madre la que provoca esa situación, diría que el autor trata de ridiculizar a las mujeres. Si la niña ninguneara a la madre, se quejaría de que dónde queda la sororidad. Y si todo fuera muy femenino y de color de rosa, esgrimiría que la editorial hace uso de la discriminación positiva para vender su producto a todas las mujeres sobre la faz de la tierra y enriquecerse a su costa.
Menos mal que la llamó no-sé-quién y salió corriendo, porque estaba dispuesto a enzarzarme en una serie de argumentos sobre lo subversivo, la censura y esos ismos que despojan de sentido a cualquier obra literaria. Es un despropósito que un libro, lo que en principio debería ser un espacio donde lo fantástico campe a sus anchas (más todavía en este, que tiene unos puntitos estupendos), se convierta en un ring propagandístico en el que el acto creativo se ningunee y menosprecie bajo soflamas que solo buscan la división social en vez de la igualdad real.


Sí, hay gente que lo está consiguiendo. Si eso es el feminismo para ellos, cada vez me considero menos feminista. Mientras los demás siguen con su ruido, prefiero hacer caso a Mina y dedicarme a leer, una actividad básica que no pueden disfrutar millones de niñas afganas que tienen prohibido acudir a la escuela por el mero hecho de ser mujeres. ¿Acaso no es suficiente ejemplo? Se ve que no. Tocará recordar aquello de "Existen pocas armas tan poderosas como una niña con un libro en la mano", palabras que pronunció Malala Yousazfai en 2013, una que por ser mujer y declararse feminista, parece inspirar más credibilidad y respeto que un servidor. 



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