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martes, 26 de abril de 2022

Escondidos


Yo no sé dónde se ha metido la gente. Y mira que me paso el día recorriendo las calles. Pero nada, parece que se los ha tragado la tierra. Puede que sea culpa de las mascarillas. Nos habíamos acostumbrado tanto a ellas que cuando nos las hemos quitado no hay quien nos reconozca (dos años dan para muchas arrugas, mucha alopecia y muchas toneladas). Quizá tenga que ver con el aislamiento preventivo que algunos están llevando a cabo (“No hay que fiarse de las vacunas aunque nos hayamos puesto más dosis que un yonqui” me comentan por el pinganillo). El caso es que yo hace semanas que no me cruzo con nadie.


Una compañera me ha dicho que su marido y ella han barajado la posibilidad de excavar un bunker en el jardín. “No se sabe qué alcance pueden tener las armas nucleares de Putin…” Yo me río y pienso que lo que están pensando es montarse una bodega con solera, que viendo cómo se está poniendo la vida, empieza a cobrar sentido eso de almacenar productos poco perecederos. Vino, espárragos de Navarra, alcachofas y puerros riojanos, mermeladas de la baja Andalucía, buenos lomos y perniles.
Otro enterao entró en la conversación con una estocada para avisarnos de que el verdadero peligro es la ultraderecha. Polonia, Hungría, Francia… Hay que mantenerse bien alejados de toda esa gentuza. Quieren sacarnos de la OTAN, de la Unión Europea, del Euromillón. Un desastre. Más grande todavía cuando empiecen a construir los campos de concentración.


O quizá haga erupción el Campo de Calatrava…, digo yo. “Eso, eso… O un terremoto, que ya sabes tú que por esta zona a veces hay temblores” Apunto otra serie de catástrofes posibles. Un ascenso pasmoso del nivel del mar, lluvias torrenciales, e incluso una pequeña edad de hielo. Todo es posible cuando se habla del cambio climático, el feminismo o la alianza de civilizaciones.
Me despido, me giro ciento ochenta grados y salgo corriendo no sea que les dé por invitarme a un café. Mientras me alejo, pido a mis dioses que por favor mantenga a todos estos seres en sus guaridas lo que queda de año para que me sea más fácil encontrar un retiro espiritual durante este verano, que si no, tendré que dedicarme a jugar al escondite, no sea que me encuentren y me den las vacaciones.


Y hablando de escondrijos y escondidos (¿Se acuerdan de la canción de Bisbal y Chenoa?), hoy les propino con un librito que acaba de publicar la editorial Akiara Books y que lleva por título Jugamos al escondite. Un álbum sin palabras de Verónica Fabregat que toma como excusa el citado juego infantil para desarrollar una pequeña historia en la que siete chavales disfrutan de la naturaleza mientras se buscan los unos a los otros.


Detrás de los árboles, al abrigo de una roca, bajo un montón de broza, entre los juncos del río… Cualquier sitio es bueno para que no te descubran. La naturaleza tiene un sinfín de lugares en los que perderse y encontrarse. Un espacio a rebosar de plantas y animales que se acercan cuando permanecemos quietos, callados. Ciervos, ranas, buitres y cabras montesas. ¡Pero ojo! ¡No te despistes! Porque en mitad del juego puede sobrevenir la oscuridad y los demás pueden empezarse a preocupar...
Un libro para prelectores honesto y sin pretensiones que, además de invitar al juego y el descubrimiento, es ideal para enlazar el día y la noche. Habrá que tomar nota, que esfumarse de vez en cuando no viene nada mal.


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