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jueves, 21 de abril de 2022

¡Vaya número!


El otro día me percaté que llevo más de dos años sin encender la televisión. Lo primero es que la comunidad de vecinos cambió la antena y todavía no he resintonizado los canales. Lo segundo es que no tengo demasiado tiempo para dedicarme al zapping y otros menesteres tan poco nutritivos. Y por último la televisión española -no solo la pública, sino cualquier cadena- ha dejado de ser (si es que algún día lo fue) informativa, imparcial e intelectualmente avanzada.
Cualquier programa, incluso los supuestamente culturales, son todo un número. Se rigen por clichés, fake-news, intereses ideológicos y comerciales, mucho ruido y sobre todo, el espectáculo. Hasta los programas de entrevistas se llenan de tópicos y emotividad (¡Basta de lágrimas y redundancias! ¿Algo interesante que aportar?). Es una vergüenza el nivel que se ofrece al telespectador.


Una televisión a modo de cadena de fast-food, de esa que llena pero no alimenta. Saltimbanquis de tres al cuarto que solo intentan sacar tajada, dedicarse al negocio del share y rendir pleitesía al gobierno de turno. Productoras, redactores, presentadores, contertulios… Nadie se preocupa por ofrecer algo de calidad con un mínimo de ética profesional. Todo consiste en montar el número. Y yo, que soy de ciencias, déjenme decirles, prefiero los de verdad.


Para eso les traigo Rizos de oro y los tres osos, un álbum que acaba de publicar en castellano Kalandraka, donde Olivier Douzou revisa un cuento clásico desde una perspectiva gráfica muy sugerente en la que cuatro colores -amarillo real, negro, bermellón y blanco- y un puñado de números del 0 al 10 son los elementos básicos.
Douzou, en cierto modo, me acerca a Warja Lavater (¿Cuándo sacaré algo de tiempo para rendirle homenaje?), no solo por revisitar las narraciones tradicionales desde una óptica diferente, sino por utilizar un lenguaje gráfico donde la economía y los elementos fijos construyen una narrativa simbólica más que universal. Olivier se permite el lujo de prescindir de las leyendas que Lavater incluía en sus libros-acordeón y deja que el lector-espectador busque las correspondencias gracias a un texto que reverbera en las imágenes.


Aunque no es recurso novedoso (se puede constatar en la ilustración contemporánea, así como en álbumes actuales como Chiffres en tête de Anne Bertier), dibujar con números siempre tiene algo mágico. Ricitos de oro es un cero amarillo, los osos se construyen con los números 3 y 5, y cuencos y cubiertos siempre están representados con el 10. Una amalgama matemática que cobra sentido gracias al relato que subyace, al texto que acompaña, y que al mismo tiempo desborda la imaginación, algo que, de un modo u otro, alimenta la creatividad buscando referencias y similitudes.


Sonidos y juegos verbales que nos invitan a sonreír y mirar con lupa unas ilustraciones aparentemente sencillas (¡Quien encuentre al pájaro carpintero que levante la mano!) y en las que muchos seguramente solo verán una forma más o menos amena de aprender a contar (¡Qué pena tanto reduccionismo…!). Como consejo les sugiero que se diviertan con este libro, que trasteen con las cifras y, sobre todo, que se pierdan en el bosque, un lugar donde lo abstracto cobra sentido.

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