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lunes, 17 de octubre de 2022

Bendita geología


En mitad de un examen me pongo a cavilar y susurro “Mis alumnos odian la geología”. Yo no sé qué tiene esta disciplina pero no les motiva nada. Y mira que yo pongo empeño en ponerles fotografías de volcanes en erupción, sacarlos al campo, llevarles fósiles y rocas a clase, que las toquen, que se deslumbren con la densidad del mercurio, con la forma de los jacintos de Compostela, la raya blanca del yeso… Pero nada. No hay tu tía. Les parece de lo más aburrida.


A veces me desespero y luego pienso que tampoco es tan raro, que para encontrarle el jugo a la tectónica de placas, al modelado kárstico o las redes de Bravais. Que uno tiene que viajar mucho, que entender las enormes escalas de tiempo y espacio a las que tienen lugar todos los cambios de la geosfera. Pues como les hago saber siempre que empiezo con la materia, la historia de nuestro planeta es al hombre, lo que la vida de un mosquito a la nuestra.


Todos mis esfuerzos son en vano. “¿Cuándo vamos a empezar con la biología, Román?” En diciembre. En diciembre… Resoplo y me acuerdo de cuando era un chaval y pensaba que esta asignatura no tenía nada que ver conmigo, que era un coñazo monumental. Hasta el día que empecé a caer en la cuenta de que la geología estaba por todas partes. En el suelo y las paredes, en sus teléfonos móviles, en las alianzas de sus padres, en la aspiradora y en el lavabo, en el salero de la cocina, en los cimientos de mi casa, en el huerto y también en muchas obras de arte. Incluso en los libros infantiles, algo que hoy les quiero demostrar con ¡Ugh!, un libro Rafael Yockteng y Jairo Buitrago que ha coeditado Ekaré junto a Babel.


Como reza el subtítulo –Un relato del pleistoceno-, es un álbum con mucha geología, sobre todo porque se refiere a una época pasada, la división del Cuaternario que se desarrolló entre los 2,58 millones de años y los 11.400 años, es decir, la época en la que aparecieron los primeros representantes de nuestra especie.
En aquel entonces el ser humano era otro animal más que tenía que lidiar con la fuerzas de la naturaleza. Erupciones volcánicas, depredadores como el tigre dientes de sable o el oso
cavernario, y animales extintos como los megaterios (unos perezosos gigantes), los enormes tapires, mamuts y rinocerontes lanudos, o los megaloceros (ciervos gigantes) son los compañeros de viaje de una familia de trogloditas que va en busca de un nuevo hogar.


A golpe de grafito (es raro encontrar álbumes en blanco y negro), lleno de acción (fíjense en esos planos cinematográficos) y con elementos hermosos como las guardas (¿ven el antes y el después?), descubrimos nuestra propia historia, en este caso sin palabras (una buenísima elección teniendo en cuenta que cualquier lenguaje primitivo poco se puede parecer a los actuales y que lo que aquí sucede es extrapolable a cualquier grupo humano).


Sí, lectores, una buena oportunidad para sumergirse en el modus vivendi de nuestros antepasados y asistir al comienzo de las primeras narraciones, a las primeras pinturas rupestres, a las primeras lecturas, a los primeros álbumes. Porque incluso estos libros empezaron a dibujarse sobre las rocas.

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