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martes, 1 de noviembre de 2022

Celebrar la muerte con la vida


Empezamos noviembre con una miaja de fresco (¡Qué calor está haciendo! Lo peor de todo es que sigue sin caer un gotazo!), recogiendo azafrán y celebrando a nuestros muertos.
Algunos se lanzan a los cementerios para expiar sus culpas (No han matado a nadie pero se han dejado muchas palabras en el tintero), otros se gastan un dineral en flores (De apariencias vive el hombre. Efímeras, por supuesto), y los últimos, como un servidor, preferimos llenar el buche a base de buñuelos y huesos de santo (Como apunta el refrán: “El vivo al bollo y el muerto al hoyo”).


Quizá piensen que soy un desalmado, pero en esta vida hay que ser práctico, que si no, se te va la mierda en pedos y ni te enteras. No es que no haya sentimientos de por medio, es que hay que saber canalizarlos. Sin taparlos. Ni con altares, ni con tatuajes, ni con oraciones. Inútiles analgésicos temporales. Simplemente dejemos correr un tiempo que sigue siendo nuestro.
A veces pienso que ensalzar la muerte de alguien solo nos lleva a la derrota. A la suya, a la nuestra. Porqué se fue, porqué me quedé. Porque sí. Busquémosle el sentido a cualquier existencia sin que pese más que la propia. El truco está en regar la vida, hacer lo posible por estar aquí. Disfrutar de lo que tenemos y de ese modo volar livianos a pesar de las muertes que sigan. Quedar en paz es eso: saldar las deudas del ahora.


Y sin deambular más por estos rincones míos, además de dulces y pensamientos, les traigo a mi queridísimo Shinsuke Yoshitake y su ¿Cómo será el más allá?, un nuevo volumen de la colección de álbumes conceptuales que sigue publicando Libros del Zorro Rojo.
Para esta ocasión el autor nipón se centra en un cuaderno que un niño encuentra en la cama de su abuelo tras la muerte de este y que lleva por título ¿Cómo será el más allá? (Fíjense en el detalle metaliterario: el libro dentro del libro) y dónde el abuelo hace un recorrido por el desconocido universo de la otra vida sin dejar de lado el humor.


De esta manera, Yoshitake responde con mucha gracia una serie de preguntas que cualquier persona (¡Sí, porque este libro es para cualquiera, no solo está dirigido a los niños!) se ha hecho alguna vez en su vida. En qué te reencarnarías si pudieras elegir, cómo serán los dioses, o cómo imaginas el cielo y el infierno.
Tampoco es que Yoshitake olvide el lado más íntimo y reflexivo de una cuestión tan trascendental. No. Hay escenas conmovedoras y llenas de significado, que ayudan al lector a indagar en sus propios pensamientos y aúpan un discurso personal e intransferible gracias a los reflejos que proyectan.


Guiños a sus libros anteriores (¿Ven esas manzanas y robots de las primeras páginas?), una óptica cinematográfica evocadora (Hay dos imágenes que me hacen viajar a películas cuyo nombre no recuerdo, ¿adivinan cuáles son?) y unas guardas a modo de prólogo y epílogo sencillamente geniales, son algunos de los elementos narrativos a ensalzar en otro libro que guardaré con recelo y que ya he incluido en mi selección de libros sobre la muerte asignándole mis preciadas tres estrellas.

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