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martes, 13 de diciembre de 2022

Mucho cuento, innovación y despiporre


Esto de las evaluaciones es la historia de nunca acabar. Cada dos o tres meses toca la misma cantinela. Exámenes para parar un camión de la Mirinda, tardes enteras corrigiendo, sacar notas medias, adelantar alguna que otra recuperación (no sea que algunos alumnos terminen ante el pelotón de fusilamiento paterno) y escuchar decenas de peroratas sobre lo mal que está la educación. Un bucle insufrible en el que se agradecería alguna que otra novedad. 
En vez de tanta ley educativa y tanto lavado cerebral, bien podrían innovar. Que esto ya se parece a esos cuentos refritos que rezuman ismos por todos lados. Aburridos, dirigidos, laberínticos e inertes. Todos son iguales y aportan cero patatero a un panorama desgastado por la repetitividad.
Con lo bien que estaría dejarse de tanta complacencia y que los padres vinieran a echarnos un cable (nada de golismear, uno viene a la escuela a ensuciarse las manos), pasarnos el año viajando, y desterrar el libro de texto de las aulas. Pero no. Los de arriba solo están preocupados por lo que a ellos les da votos. A ver si alguna vez hacen caso a este monstruo y cogen ideas de los libros que les traigo. ¡Equilicuá!


Érase una forma un álbum de Gazhole y Cruschiform, estudio abanderado por Marie-Laure Crusch (sí, el mismo que pergeño Colorama), y recién publicado por la editorial Barrett dentro de su colección Libros asombrosos, es una de esas sorpresas que nos ha traído la temporada de novedades.
No es blanco ni negro, sino todo lo contrario. Os explico. Imaginad que metéis en una batidora los elementos de los cuentos tradicionales, mucho y buen diseño, una generosa cantidad de surrealismo, humor a raudales, juegos lingüísticos y visuales, y una edición impecable donde el objeto libro está cuidado al máximo (lomo entelado y golpe seco al canto). Pues una maravilla como resultado.
Y no es que yo lo diga, sino que en Francia, lugar donde se editó por primera vez, se agotó la primera edición en un abrir y cerrar de ojos. Que cuando el libro suena (¿o era el río?) es que los lectores se han lanzado a chapotear en él sin pensárselo.


¿Qué cuál es el argumento? (N.B.: A ver cómo salgo yo de esta…) El libro cuenta la historia de un rey muy estricto al que ninguno de sus vástagos convence como sucesor. Los lados y los ángulos de sus churumbeles no ostentan la perfección que él anhela para un trono donde las formas alocadas no son bienvenidas. Así que, mientras intenta cargarse a estos tullidos en el bosque, quema el último cartucho con su esposa, y zapatazo: una hija de proporciones áureas. Pero ¡ay, amigo! La vida es tan cruel que lo que parece fácil no lo es tanto, más todavía cuando eres tú mismo el que lías la marimorena y acabas casando a la niña con un deforme incauto.


Y ahora voy con los detalles técnicos…
Texto. A saber: Tragicomedia coral a golpe de rima consonante donde pretendientes equiláteros, pócimas muy exóticas y un hada desastrosa, hacen de las suyas en mitad de este disparate superlativo. Mención de honor para la traductora.
Ilustraciones: Si bien es cierto que me entusiasma casi todo, destaco el uso de los pictogramas e ideogramas, las composiciones y secuenciaciones (el embarazo de la reina o en el tango atortolado, son un regalo visual de primera magnitud) y las tan acertadas combinaciones tipográficas.


Sobre lo metaliterario, ese mundo que me pone a dar botes, les cito unos cuantos nombres. Pulgarcito, Warja Lavater, Leo Lionni, la Cenicienta, Norton Juster, Escher, El mercader de Venecia, La Celestina, Paul Cox… Hay tantas referencias en este libro, que todo te da vueltas si quieres toparte con todas ellas.
Para terminar y como amante declarado de los cuentos populares, deciros que es una vuelta de tuerca maravillosa a todas esas narraciones que tachonan la infancia, sobre todo a la hora de encontrar conexiones dialógicas entre la vida y la ficción.


Os prometo (y mirad que yo no soy de poner la mano en el fuego) que este librazo os va a sacar de vuestras casillas para lo bueno y lo malo.

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