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viernes, 21 de abril de 2023

Naturaleza vs. Homo sapiens


El ser humano vive empeñado en dominarlo todo. Las enfermedades, el clima, el agua, los animales, las plantas y hasta el paso del tiempo. Nuestro afán por el control natural no tiene límites. La medicina, la industria farmacéutica, la nanotecnología, la ingeniería civil, los modelos predictivos, la fertilización asistida y hasta la cirugía estética son pruebas de ello.
Ansiamos cambiar el mundo desde nuestra perspectiva antropocéntrica, una que nace, paradójicamente, de ese instinto tan natural de la supervivencia que aflora, como en cualquier otro ser vivo, del miedo innato a la muerte. Vemos como el avance del desierto, la vejez, el cáncer o la falta de alimento amenazan nuestra vida y nos ponemos manos a la obra para hacerle una carambola al destino.


Esto nos lleva al tecno-optimismo, esa nueva religión a la que casi todos rezamos cuando el peligro nos acecha. Pensamos que nuestra especie siempre tiene una solución ante cualquier problema, que saldremos a flote gracias a los últimos avances y que vamos a seguir dando la murga en este mundo, aunque la naturaleza se plante ante nosotros.


Si bien es cierto que esta postura es muy lícita, sobre todo desde una perspectiva occidental y capitalista, jamás nos planteamos que la solución a la supervivencia futura esté precisamente en cruzarnos de brazos y dejar que el medio obre a su antojo. Desertificación, perdida de biodiversidad, pandemias y epidemias, enfermedades cardiovasculares, autoinmunes y neurodegenerativas, bombas nucleares y anomalías climáticas son producto de ese afán por dominar absolutamente todo.
Y no es que yo esté a favor de la Agenda 20-30, un invento asqueroso del que ya hablaré en otra ocasión, sino más bien de concienciarnos sobre lo efímero de la existencia. Convivir con lo que toque, relajarnos, disfrutar del momento lo más y mejor que se pueda, y dejar a un lado esa ansia por dirigirlo todo.


Y con este “briconsejo” llegamos a ¿Malezas?, un álbum de Marie Dorléans que acaba de publicar la editorial Pípala en nuestro país. Está protagonizado por la familia Puntaenblanco que, como su propio nombre indica, tiene una obsesión enfermiza por el orden. Tanto es así que el jardín parece el de la Marie Kondo. El césped esta cortado al milímetro, las copas de los árboles tienen idéntica curvatura y plantan los tulipanes con escuadra y cartabón. Niquelao. Pero un día, Florencio, el jardinero, acaba hasta las narices de tanto trabajo y se despide, dejando que el jardín crezca a su libre albedrío.


Con un formato vertical (a esta autora le encanta jugar con el tamaño y la forma del papel), unas guardas lisas pero con encanto, imágenes a doble página, y un lenguaje directo y descriptivo, este libro tiene algo encantador y primaveral.
Si bien es cierto que muchos podrían encontrar una oda al ecologismo en él, yo me dejo de modas y simplificaciones para echar mano de los grandes contrastes que ofrecen las ilustraciones (blanco y negro versus color, formas angulosas versus sinuosas) y afirmar que todo el libro es un canto a la dicotomía orden-caos. Una que todos debemos tener en cuenta cuando hablamos de los caprichos de la entropía a la hora de aparcar la tecnología.

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