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martes, 25 de abril de 2023

Con h de hogar


Hay vocablos tan poco concretos, que no me extraña que muchos literatos de tres al cuarto los utilicen constantemente para dar pie a subjetividades que ensalcen el discurso y salir triunfantes. Pueblo, guerra, hermano, patria… De entre todas ellas, una que me gusta sobremanera es “hogar”.


Aunque la etimología deja claro que esta palabra tiene mucha relación con el lugar donde se hace fuego, toca prestar atención al resto de connotaciones. Casa, vivienda, asilo, e incluso familia. Hay un montón de conceptos que relacionamos con ese lugar donde nos calentamos, hacemos la comida o compartimos historias reales o imaginadas.


En mi caso el hogar es un espacio en el que convivir, en el que compartir momentos. Quizá muchos prefieran relacionarlo con el sitio que han elegido para vivir, oasis de paz vitales, el lugar en el que se ha crecido o donde atesoran todas sus pertenencias. A mí, personalmente, todo eso me da igual. ¿De qué me sirven cuatro paredes si no tengo a nadie cerca para compartir un vino, unas risas o un beso? Prácticamente, de nada. La clave de un hogar está en dar y recibir.


Esto no quiere decir que quienes vivamos solos no podamos tener un hogar. Siempre hay momentos para compartir con los demás. Ser generoso, recibir a las visitas con alegría, disfrutar de las virtudes y minimizar los defectos. Cocinar y comer y cocinar, ensuciar y limpiar, reír y llorar, dormir y bailar, hablar y reír. Todo eso y mucho más es el hogar.


Y en este día que empieza con “h”, les he traído un par de libros que hablan de hogares especiales. El primero es Una casa gigante de la israelita Maya Shleifer (Lóguez). En esta historia un gigante que vive en una casa diminuta, se la carga por culpa de un estornudo y decide buscar otra. No encuentra nada acorde a sus dimensiones y está triste. Cansado, se echa a dormir en mitad del invierno y la araña que lo acompaña decide tejer su tela sobre él para protegerlo de las inclemencias del tiempo. La sorpresa viene cuando el gigante despierta en mitad de la primavera…


Con una sutil metáfora, la autora construye un relato breve pero muy potente en el que interpela al lector sobre el concepto que ya he subrayado en la introducción. ¿Qué es el hogar? ¿El espacio que habitamos o nosotros mismos?


Construido sobre ilustraciones a base de trazos desdibujados y una gama de color que se columpia entre verdes y ocres, este libro es un canto a las sinergias y sus resultados. Un cuento que recordando a otros como El gigante egoísta de Wilde, utiliza el alejamiento del hogar, una función de Propp, y el amigo-ayudante tan típico de las novelas de aprendizaje para transformar lo natural en mágico.


En segundo término, encontramos La casita del ratón, un álbum de Jonathan Stutzman e Isabelle Arsenault, recién publicado por Ekaré. En esta historia un ratón que viaja con su casa a cuestas, decide hacer un alto en el camino y resguardarse en ella. Poco a poco aparecen diferentes animales que buscan descanso, alimento y cobijo ante las inclemencias del tiempo, y él les ofrece su hogar como refugio porque, aunque parezca pequeña, en su casa caben todos.


Aparentemente sencillo, el libro bebe de toda una suerte de recursos narrativos que ensalzan un discurso realmente hermoso. Troqueles, páginas desplegables, frases que recuerdan a las retahílas (Vicente era un ratón con botas en los pies, un sombrero en la cabeza y una casa en la espalda), juegos de descubrimiento (¡Esto de pasar la página es magia!) y cierta repetitividad en el desarrollo de la acción, ahondan en el sentido de esta fábula que alcanza su cénit en el momento que aparece el oso, pausa dramática que tiene en vilo a cualquier lector.


Mención aparte merecen las ilustraciones de la Arsenault. Colores tranquilos y vigorosos, elementos vegetales, una ciudad que crece y ahonda en el sentimiento de comunidad, y esas botas con forma de corazón que me tienen loco, redondean este álbum en el que caben múltiples interpretaciones. Así que ¡no me sean básicos!

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