Hace más de cinco siglos que Desiderio Erasmo de Rotterdam, el gran pensador neerlandés, dedicara a populacho y gobernantes su Elogio a la necedad o encomio de la estulticia, para mi gusto, un libro todavía vigente a pesar de lo que ha llovido, no solo porque los necios sigan in crescendo, sino porque la sociedad es incluso más gris que en aquel entonces. Si no lo han leído, les invito a que le echen un vistazo y hagan una lectura, al menos, de sus frases más célebres para constatarlo.
Lo que más llama la atención de este libro es que, aprovechando que fue escrito en latín, su título se traduzca últimamente como Elogio a la locura, cuando Erasmo en realidad se refería a tontos y necios, dos adjetivos que, para mi gusto, distan bastante del llamado loco. Bastante tienen aquellos que sufren esquizofrenia u otras patologías de la psique, para que los relacionen con los primeros.
Yo diría que, más bien, tiene relación con esa frase tan española de “hacerse el loco”, una que utilizamos con frecuencia siempre que alguien quiere eludir un hecho o hacer caso omiso de alguna situación, generalmente embarazosa y que pone en evidencia su falta de sensatez, entendimiento, autocrítica y, sobre todo, miserias. Que este mundo bien podría llevar por título el del libro de hoy, La nave de los necios, recién publicado por A fin de cuentos.
Ana González Lartitegui nos brinda un libro, como diría Karlos Arguiñano, lleno de fundamento, no sólo porque es estupendo desde el principio hasta el final, sino porque el trabajo en el planteamiento y la resolución ha sido exquisito.
La autora maña nos plantea una historia muy loca en la que el sentido y el sinsentido danzan en todas sus páginas. Todo empieza con un joven aburrido (ya saben, lo que se estila…) que decide gastarle una broma a un vecino y echarse unas risas a costa suya. Pero como esta es una historia de ida y vuelta, al final le sale el cuento por la culata gracias a unos cuantos personajes que parecen salidos de La Celestina, películas de los Monty Phyton o un chiste de Gila.
Sobre los recursos narrativos y de estilo, hay que destacar bastantes cosas... Primero, utiliza un hilo conductor un tanto inverosímil (esa mata de tomate que pasa de mano en mano me recuerda a otras retahílas, cuentos sumativos y narraciones encadenadas como Corre, corre panecillo). En segundo lugar, imprime movimiento mientras los personajes van cambiando de ubicación en cada doble página. También ambienta la historia en el medievo tardío europeo, una época tan sugerente, como extraña, que siempre ha dado juego a ilustradores como Andrej Duguin y Olga Duguina. Por último, la Lartitegui toma como referencias grandes obras de la pintura flamenca y nos propone un juego del escondite gracias a El Bosco (recuerden que tiene un cuadro titulado como este libro, que a su vez está inspirado en la obra satírica de Sebastian Brant), Patinir, Brueghel el viejo o Desprez, al tiempo que nos sumerge en obras tan emblemáticas como El paso de la laguna Estigia, La parábola de los ciegos o El carro de heno.
Tapas enteladas, ilustraciones realizadas enteramente a mano y montones de detalles, nos dan la bienvenida a este “road trip” donde humor, arte y sentido crítico son los mejores aliados de una lectura en la que todos podemos mirarnos como necios y estúpidos que somos.
Pues sí, quién no se considere necio es que no se escucha. ;-)
ResponderEliminarUn pintón tiene este libro. Amo la pintura de Patinir. Bss, Mi
Gracias Román, por tan sustanciosa y divertida reseña.
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