El otoño tiene algo que irrumpe de lleno en el corazón. Sobre todo cuando te acercas a un bosque de hoja caduca y te dejas seducir por los contrastes. Robles, hayas, tilos, arces y castaños se combinan en una colorida sinfonía de amarillos, ocres, anaranjados, y rojizos que embelesan al visitante.
Las hojas caídas, los hongos que amanecen entre ellas, amanitas y boletos, colmenillas y negrillas. El furtivo vuelo del mirlo, un petirrojo escurridizo, el silencio roto por algún trino. Corre un riachuelo a lo lejos mientras una ráfaga de viento hace volar los vestigios de un verano en ruinas.
Es curioso que, en mitad de esa aparente calma, uno no se siente solo. Una sensación extraña te recorre y empiezas a formar parte de ese todo inmenso llamado mundo. Del siseo de la lechuza, el crepitar de las cortezas y el brillo del musgo. Tú también estás en ellos. En ese momento.
Siempre he creído que, hasta que uno no experimenta esa sensación, es incapaz de respetar la naturaleza. Es por ello que siempre que viajo con mis alumnos a uno de estos parajes, realizo un pequeño taller que consiste en sentir lo que nos rodea. Cerrar los ojos y buscar pequeños sonidos, por ínfimos que sean. Acariciar las piedras, palpar la yerba, abrazar un árbol y saborear el rocío. Crear un vínculo, entender el mundo y sobrecogerte.
Con tanta intensidad (¡Hoy te ha picado la biología, Román!) me acerco a Trébol, un álbum con texto de Nadine Robert e ilustraciones de Qin Leng, que acaba de traer a España la editorial Corimbo. Premiado en numerosos certámenes, este libro tiene un algo especial.
La granja de Trébol tiene mucho trajín. Ella y sus hermanos no paran de hacer cosas. Recoger arándanos, buscar setas o coger mejillones. El problema es que Trébol es muy indecisa y nunca sabe qué hacer y siempre se deja llevar por lo que decide el resto. Un día, mientras están en el río, Trébol se acerca a la orilla y ve que Peonía, una de sus cabras, se adentra en la espesura del bosque y empieza a seguirla por miedo a que se pierda. Así comienza una búsqueda en la que Trébol deberá enfrentarse a lo que más se le atraganta: elegir su propio camino.
Ambientada en un bosque exuberante donde la vida bulle silenciosamente, la historia de Trébol carece de pretensiones. Sencilla y honesta nos presenta un problema de la infancia que crece en su propio seno, el de apartarse de los demás y seguir un personal sendero. Con paso firme y sin amedrentarse por las bifurcaciones, todos debemos encontrar el nuestro.
Ilustraciones de corte clásico donde las líneas entintadas y las aguadas pastel nos ofrecen un universo más que agradable en el que árboles majestuosos y ruidosos riachuelos son coprotagonistas de una acción que discurre tranquila pero a paso firme.
Una óptica muy cinematográfica, silencios que invitan al suspense y la fragmentación del texto en cada doble página, imprimen diferentes ritmos narrativos y sensaciones que se saborean en la lectura. Intranquilidad, derrota, indecisión, calma, arrojo, urgencia, sorpresa, alivio… Todo se mezcla en una historia entrañable donde lo silvestre toma la palabra sin pronunciarse.
Aquí me has dado en la diana. ❤️💚 Miriam
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