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lunes, 20 de noviembre de 2023

Inteligencia humana vs inteligencia artificial


A mí, que soy un entusiasta de las obras de Asimov, todo esto de la inteligencia artificial (IA) me tiene fascinado. Programas que te traducen en varios idiomas, que son capaces de suplantar tu identidad, que actúan como asistentes personales o que conducen tu vehículo son una realidad.
El término, acuñado por John Mcarty en 1956, se refiere al campo de la informática enfocado en crear sistemas artificiales que puedan realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana, como el aprendizaje, el razonamiento y la percepción. Esto no quiere decir que las máquinas solo aprendan a hacer una tarea por sí mismas, sino que también pueden tomar decisiones propias basadas en su experiencia.


Si bien es cierto que mientras escribo este post estoy utilizando una forma de IA (el software de mi ordenador) que no suscita el menor problema y lleva a cabo tareas más o menos mecánicas basadas en reglas lógicas (se clasificaría dentro de la IA débil), lo verdaderamente peliagudo llega con otros tipos de programas que son capaces de realizar tareas que necesitan de la inteligencia humana para llevarse a cabo, como escribir un libro, invertir en bolsa o incluso gobernar un país, la llamada IA fuerte.
Como sabrán, todo esto ha generado mucho debate, no solo al nivel del ignorante de a pie, sino en el ámbito más profesional, incluso institucional, pues nadie tiene muy claros los límites de un futuro no muy lejano en el que robots, androides y engendros electrónicos tengan la llave de la industria, la medicina, la seguridad ciudadana o la defensa gubernamental.


No sé hasta qué punto la IA sería capaz de hacer un libro como El manual de dibujo definitivo de Enric Lax. Publicado este noviembre por Ekaré, este álbum es una maravilla, no solo por el concepto tan revolucionario que supone, sino por ser capaz de aglutinar tanta inteligencia en un libro tan aparentemente estúpido.


El título no engaña, pues se presenta ante nosotros como un manual en el que encontramos una serie de instrucciones seriadas con las que dibujar animales, plantas, objetos cotidianos, partes del cuerpo, e incluso la célula eucariota (¡Me ha encantado este guiño!). Pero la cosa se complica cuando empezamos a leer y nos percatamos de que la esperada sencillez no es tanta, y que para dibujar un elefante lo primero es saber dibujar una tetera (¿Una tetera? ¿Quién diantres sabe dibujar eso?). Continuamos y vemos que, además, las propuestas de dibujo no son aleatorias, sino que se encuentran concatenadas entre sí y van creando una pequeña narración que toma forma en una escena final donde coexisten todos los elementos previamente dibujados. y en la que también coopera la imaginación del espectador.


Analogías y disparates son el vehículo, no solo para jugar a la identificación de unos elementos con otros, sino para dotar de hilo conductor a una historia sujeta a esa contraposición de leyes que son el sentido y el sinsentido.
Cómo dibujar un búho, cómo dibujar una grapadora, como dibujar un sacacorchos o cómo dibujar una caca (mi favorito), son algunos de los capítulos que articulan un libro difícil de clasificar en el que interviene, tanto la imaginación, como la anticipación del lector (¿Qué escena saldrá de este pupurrí?).


El autor demuestra su ingenio a los lectores, los interpela a base de mucho humor y e insufla vidilla a su narrativa, a un universo propio. Bocas que sonríen, patinetes que echan a correr. Lo paródico y lo inverosímil nos balancean y divierten.
Paso a paso y utilizando un formato muy característico del álbum no ficcional, Enric Lax nos sumerge en una historia aparentemente caótica pero muy bien pensada. Nada queda al libre albedrío y todas las escenas están encajadas en una obra que se puede leer por capítulos, por escenas o de manera global. Algo que, permítanme decirles, no creo capaz a ninguna inteligencia artificial.

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