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sábado, 23 de diciembre de 2023

Llenos de reflejos


Durante la tardebuena, ese previo navideño en el que los albaceteños nos dedicamos a familia y amigos desde el universo más callejero (ya saben que somos muy gambiteros en esta ciudad de tan inmerecida fama), me dio por sacar mi cuaderno de campo y empecé a recopilar datos sobre las coincidencias entre unos seres humanos y otros, dándole forma a la hipótesis del reflejo.
Padres, hijos, hermanos, primos, sobrinos, algún abuelo, parientes lejanos, amigos y compañeros de trabajo. Todos a una se agolpaban en las calles y reflejaban sus vínculos y parecidos razonables. La nariz de este y la risa de ese, un humor finísimo y la elegancia en las formas, torpezas varias y mucha simpatía. Una amalgama de coincidencias que iban y venían.


La templanza del padre se reflejaba en la del hijo (¿o era al revés?), los primos eran un par de canallas a pesar de vivir separados seiscientos kilómetros, tío y sobrino como dos goticas de agua, aquel grupo de amigos con el mismo gracejo y las chicas igual de estiradas. Unos y otros, otros y unos reverberamos en la misma frecuencia, nos parecemos física y psicológicamente, nuestros destello y brillo se parecen, nunca idénticos pero sí de un modo similar.
Podríamos decir que no he descubierto América y que mi teoría es una copia barata de la filosofía orteguiana, y en vez de reflejos llamarlos circunstancias, pero no me digan ustedes que no queda más bonito que todos seamos espejos y que esta sociedad sea un caleidoscopio.


Otra versión de esta teoría es la que expone Marion Kadi en Los reflejos de Hariett, un álbum que ha publicado la editorial Barbara Fiore este otoño. En él nos cuenta la historia de una cría que una mañana, harta de ser esa niña buena y dulce que todos adoran en el colegio, encuentra en mitad de un charco la imagen de un león feroz y poderoso. Divertida y entusiasmada, Hariett se deja llevar por ella y liará la de San Quintín en la escuela comportándose como una bestia salvaje. ¿Logrará encontrar el equilibrio entre sus diferentes reflejos?


De este modo, la autora explora el concepto de identidad utilizando la metáfora visual desde un prisma conceptual bastante interesante que se queda apartado de la fábula pedagógica para abrir nuevos recorridos en padres e hijos. ¿Por qué usa espejos y charcos? Lo artificial y lo natural, lo formal y lo informal. Hay todo un lenguaje subyacente que  me encanta.
Imágenes poderosas y coloristas, donde el trazo y el contraste imprimen mucho ritmo y belleza, son el acicate a un texto bastante abierto que, con mucho humor, explora esa dicotomía tan infantil del deseo y la obligación. Una lectura que seguramente gane mucho desde lo colectivo a base de preguntas y respuestas, otros animales y nuevos reflejos.


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