Llevo casi dieciséis años al frente de este blog que me niego a abandonar por muchas circunstancias.
La primera es que ya son demasiados años soportándome como para salir pitando. Les dejaría huérfanos y sus estanterías quedarían, más que desangeladas, inertes. Tendrían que vagar por los pasillos de las librerías como almas en pena, sin un rumbo selecto ni un Brian al que crucificar (menos mal que hay críos (como yo) a los que echarle la culpa).
La segunda es que soy un disidente entre todos los enteraos de los libros infantiles. Al fin y al cabo yo no vivo de esto y me puedo permitir el lujo de decir lo que me viene en gana. Sobre todo escribiendo, porque si fuera de viva voz y con la poca diplomacia que ostento, más de uno ya me hubiera arreado con la Biblia en la cabeza.
La tercera es que, ante todo, soy coleccionista de libros y agradezco que, a falta de un buen jamón (que ya podrían poner un bote y regalarme uno a cuenta de los servicios prestados gratuitamente), las editoriales me envíen ejemplares con los que poblar hasta el último rincón de mi casa. Nada sienta mejor que ser generoso, gilipollas y disfrutar de la lectura.
La cuarta y última tiene que ver con los sucesores de mi legado. Conozco pocos enteraos que me vayan a la zaga. No veo mucho joven dedicándose a esto de la prescripción lectora. Al menos a mi nivel. Que para inventarse tantas sandeces al cabo de la semana con las que acompañar estas reseñas tan sui generis, hay que tenerlos gordos y bien puestos. No me imagino a ningún chavalito dedicándose a esto, y menos por amor al arte.
Así que, mejor me quedo por aquí. Que mientras sigan leyéndome, no es poco. Al menos saben que sigo vivo y dando por culo sin utilizar adjetivos como chulo, brutal o espectacular (el colmo del analfabetismo cultural). No, queridos, yo no me voy a ir a Sevilla, ni al lejano oeste. No sea que me pase como al sujeto que protagoniza el libro de hoy. Farwest, un álbum de Peter Elliot y Kitty Crowther, acaba de ser publicado en castellano por la editorial Fulgencio Pimentel y aquí estoy yo para chumbárselo.
En él se cuenta la historia de un joven vaquero que se va de caza bien temprano y, al regresar con la presa en la mano, se encuentra con un tipo a caballo entre el pelele de Goya y un globo de feria que le ha usurpado la silla, las cartas y el conejo capturado. El tipo se pone nervioso y, página a página, el problema va tomando matices y forma. Hasta que...
Con un aire muy surrealista y ambientado (como su propio nombre indica) en el oeste americano, este libro se adentra en territorios extraños en los que conviven el miedo a los desconocidos (por un momento he visto en Kokó a los protagonistas de Funny Games), los juegos infantiles (ese engaño para recobrar la posición dentro del hogar me ha encantado) y la institución familiar (A mi entender, Jeff y Jim son los padres adoptivos de este chavalín).
Rimas bien traídas, una paleta de color llena de contrastes, luces y contraluces a doquier (fíjense en los amaneceres, en el día colándose por puertas y ventanas, en los reflejos de la hoguera), y una caracterización de personajes que se merece una tesis doctoral (Me encantaría charlar con Crowther y propinarle unas cuantas preguntas), hacen este álbum un buen ejemplo de western europeo y/o tributo coral a la cultura vaquera.
Kitty es sencillamente maravillosa!
ResponderEliminar¡Gracias, Román!
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