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miércoles, 21 de febrero de 2024

Juegos memorísticos


El currículo de 3º de la ESO se presta a hablar de muchas cosas con los alumnos y realizar montones de actividades curiosas. Con el grupo que tengo este año he decidido desarrollar algunas actividades referidas a la memoria, un tema con el que suelen entusiasmarse. No es para menos, pues la mente es poderosa y nunca deja de sorprendernos, más que nada porque todavía sigue siendo la gran desconocida. Veamos unas cuantas cosas sobre ella…
¿Sabían que muchos recuerdos no se olvidan, sino que permanecen ocultos en esa maraña que forman nuestras neuronas? Existen formas para recuperarlos. Ejercicios, juegos e, incluso, un choque de realidad para que afloren de ese cajón recóndito.


También hay que hablar de la mala memoria. Es inevitable y hay cuestiones o cosas que, por mucho que nos empeñemos, acabamos olvidando. Del mismo modo, nuestro cerebro también modifica los recuerdos conforme pasa el tiempo, ya que solo conservamos lo más relevante. Hace asociaciones de ideas, puede añadir detalles de cosecha propia o modificar ligeramente el orden de los acontecimientos. ¡Menos mal que tenemos agendas, móviles y otros chivatos!
La memoria y las emociones están íntimamente conectadas. Es por ello que recordamos más fácilmente aquello que nos emociona. Así, detalles curiosos que nos estimulan o momentos hermosos de nuestra vida son inolvidables. Del mismo modo, cuando recordamos un momento triste, la mirada se queda sombría, y cuando nos centramos en uno alegre, nuestra cara se ilumina. Esta relación es evidente teniendo en cuenta que unos y otras se hallan en el sistema nervioso.


Otra cuestión que me parece maravillosa es la de que muchos de los recuerdos que conservamos de la infancia no son tales. Es decir, no los hemos experimentado, sino que han sido construidos de manera artificial gracias a los relatos que nuestros hermanos, padres o abuelos nos han ido contando o las fotografías que conservamos de aquellos años. El cerebro mezcla unos y otros a su antojo y ¡voilá! He aquí esos momentos.


Y hablando de recuerdos aquí les traigo Las primaveras de Adrien Parlange, que no contento con dejarnos una joya que reseñé hace días, nos regala este libro tan especial gracias a Fulgencio Pimentel, esa editorial que hace las cosas tan bien.
Todo empieza con un niño recién nacido tendido sobre la arena de la playa. Sus primeros pasos. Una amistad insoldable, el primer amor, los años de estudiante, una boda, un hijo, paseos por el campo… Emotiva pero nada extraordinaria, la historia de una vida como la tuya y la mía a lo largo de 85 años


No obstante, el autor prescinde de los malos momentos, de lo fallido, para centrarse en los más agradables. El amor, la amistad, los nacimientos, las sensaciones intensas, las sorpresas y sobresaltos, en definitiva, los ecos de la felicidad. Una que, casualmente, suceden durante las primaveras, esa estación que da nombre al libro, un periodo del año que se relaciona con el bullir de la vida.
En sus 78 páginas, Parlange, además de hacer un ejercicio memorístico gracias a las ventanas físicas que toman forma dentro del objeto libro y da buena cuenta de los momentos que reaparecen, se quedan o se esfuman, instantes que se superponen desde roles diferentes (hijo, padre o abuelo). El francés se acerca a ese hilo invisible que construye la vida gracias al paso de unas páginas troqueladas que van saltando de año en año.


Por citar otros recursos y técnicas narrativas, llamo la atención sobre la paleta de color de las ilustraciones que se columpia por amarillos, magentas, violetas, malvas y verdes. También serpientes y luciones, fresas que vienen y van, el protagonista como espectador o paisajes mutantes. Nadie puede decir que este universo no pertenezca a Parlange.

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