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martes, 12 de marzo de 2024

De hijos caprichosos


Estoy de niños caprichosos hasta las narices. Y de sus padres, todavía más arriba. Lo afirmo categóricamente. Si atendemos a esas nuevas generaciones de hijos cuyos padres han sido privados de algún que otro capricho, la cosa es muy peliaguda. No solo porque me provocan un vuelco a los higadillos, sino por lo que podemos esperar de nuestro futuro como especie.
Es que ellos se lo merecen, oye. Solo por el hecho de existir, tienen derecho a cualquier cosa. A unas zapatillas de doscientos pavos, una moto, quince días en las Maldivas o incluso un aprobado. Estos críos hiperdeseados que han nacido en la sociedad del consumismo y la terapéutica, son el sumun del caciquismo. “Tenerlo todo” es el lema. No sea que sufran un trauma.


Así nos va. Gobernados por tiranos sin límites... Y si eres el ajeno que abre la boca y apunta a , te fusilan. “Nena, siéntate bien”, “Nene, no malgastes agua”, “Nenes, eso no se dice”... A la mínima salta el padre, la madre y el espíritu santo en defensa de sus hijos con no-sé-cuántas-amenazas, espetándote aquello de “No les hables así, que si nooo…”
Ellos, que se han leído muchos libros de crianza y siguen a muchos influencers, te animan a las broncas suaves, con voz de Kati, bien pava, con mucho “cariño”, “gracias” y “por favor”. Así, todo entra mejor. Cuánto más mosquita muerta parezcas, mejores pellizcos de monja metes. Dulces, suavones, pero con inquina. Es a lo único que atienden, a lo políticamente correcto.


Así nos quiere esta sociedad de ofendidos: muy comprensivos. Se lo ha dicho la televisión y el mindfulness. Son niños muy buenos, aunque ellos solo los vean media hora antes de acostarse (o irse a jugar a la “plei”). Pero son sus hijos. Sangre de su sangre. Comparten un mismo acervo genético. Suficiente para que todos vivamos arrodillados ante ellos, les rindamos honores y, a ser posible, limpiemos su culo hasta los cuarenta años.
Menos mal que todavía quedan padres que no satisfacen las apetencias de sus hijos. Como la de Pascualina, la murciélago que protagoniza la serie de Beatrice Alemagna publicada en España por Combel.


En esta historia que lleva por título ¡Lo más de lo más!, Pascualina y su madre se van de compras mientras su padre se queda limpiando la casa (¡Bien por él!). Cuando llegan al supermercado, la cría se encarama en el carro y viendo que tiene la veda abierta, empieza a pillar todo lo que le place. No contenta con ello, empieza a suplicarle a su madre que compre chupa-chups de babosa, chips de grillo o caramelos de corteza. La madre le niega todo, pero Pascualina sigue con sus impertinencias. De tanto babear, arrastrarse y lloriquear, Pascualina queda postrada en el suelo, convertida en una especie de babosa. De repente, un pájaro la confunde con su alimento y se la lleva volando para comenzar una nueva aventura.


Como en ¡Ni en sueños!, la autora francesa se interna en los conflictos paterno-filiales desde un prisma simpático y muy metafórico. En él, niños y adultos adoptan perspectivas un tanto disparatadas, pero cargadas de significado. Una madre estricta, pero con sentimiento de culpabilidad... Una protagonista insufrible que siempre sale mal parada... Ninguna relación es tan fácil como se presupone y siempre subyace el cariño y el verdadero valor de las cosas. 


Con una caracterización de los personajes muy acertada, una ambientación que recuerda a otras series protagonizadas por animales, giros narrativos inesperados, el uso de distintas tipografías para cambiar de registro, y ese rosa neón, se lo recomiendo, no solo como “libro para resolver problemas” (que así lo venden muchos), sino como regalo a todos esos padres-esclavos que colman de deseos a sus hijos.

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