La identidad es una cosa muy seria, pero también no puede serlo. Un servidor lleva toda la vida siendo lo que le da la gana y aquí sigue, sin demasiados problemas. No entiendo cómo la gente se toma estas cosas tan a la tremenda. Será que se aburren de ser quienes son. Será que envidian la existencia ajena. Será que no tienen demasiada imaginación.
Puede que no solo sea una cuestión personal, sino que los del otro lado también tienen que reconocerte. Hay mucha gente que necesita reafirmarse en los demás.
No soy de los que gusten de nombrarse, colgarse etiquetas y calificativos. ¿De qué sirve? Quizá muchos se pirren por verse reducidos a la mínima expresión, a cuatro palabras cuyo significado pueda malearse con el tiempo. No es mi caso.
Aunque intente quitarle hierro, hemos de reconocer que una crisis de identidad puede constituir un problema gravísimo para mucha gente. Sentirse vacío, confundir tus pensamientos, ideas y creencias, experimentar una nula aceptación social, y sufrir ansiedad y estrés puede conducir a trastornos más graves, e incluso propiciar un triste desenlace.
Si bien es cierto que este tipo de trastorno es habitual entre adolescentes y adultos, no es frecuente entre los niños. Salvo raras excepciones los niños experimentan y construyen su personalidad desde el juego y la imaginación, lo que no solo afianza su propio universo, sino que les ayuda a situarse desde otras perspectivas que les permiten verse a sí mismos. De eso tratan los álbumes de hoy.
Empezamos con Caracolico, un álbum de Julia Jiménez y Mònica Solsona publicado por Sd-Edicions. En este libro, mi paisana nos cuenta la historia de un pequeño caracol que, harto de deslizarse gracias a su pie muscular y su moco, decide aprender a volar. Desoyendo a su madre, este caracol romano se lanza a la aventura trepando por una torre de alta tensión. Alentado por sus amigos, sube cada vez más y más arriba. ¿Logrará hacer su sueño realidad?
Desde esa dicotomía que confluye en capacidad-incapacidad, Jiménez y Solsona se asoman a esa búsqueda de los sueños sin cumplir que, a pesar de las dificultades, se tornan realidad gracias a lo casual y el empuje de los amigos. Caracolico y ellas nos dicen: todo es circunstancial, ¿por qué no intentarlo?
Con un personaje encantador y muy bien caracterizado, un formato vertical muy adecuado para una historia que sube y baja, juegos de perspectivas y planos que añaden cierto suspense a la óptica, y unas guardas a modo de prólogo y epílogo, las autoras se adentran en el mundo de la inocencia infantil.
Seguimos con El vuelo de mosquita, un libro de Ziggy Hanaor y Alice Bowsher que ha publicado en España la editorial Océano Travesía. Mosquita, como cualquier otra mosca, vuela de una manera un tanto espacial. Su vuelo en ondeante, ondulante y zigzagueante. No se parece al de Mirlo ni al de Cigüeña ni al de Estornino, y todos piensan que debe mejorarlo. Ella lo intenta y lo intenta, pero le resulta muy difícil volar como ellos y se siente frustrada.
Con blanco, negro y amarillo, los autores construyen una historia donde no solo se hablar de la identidad, sino que también se adentra en la auto-aceptación, el juego y el reconocimiento entre iguales. Si a todo ello añadimos una dosis de buen humor y algunas cuestiones divulgativas sobre el vuelo de los animales, la combinación es perfecta.
Otro libro que se sumerge en lo identitario es Nicoló, el álbum de David Fernández Sevillano y Laia Albareda que publicó hace un tiempo la editorial Amigos de Papel. Nicoló es un tractor amarillo con un gran bigote…, o bueno, eso pensamos nosotros, porque él no lo tiene muy claro. Puede que sea un topo que excava enormes agujeros, o también una araña que dibuja tu tela. ¿Y un pez que nada bajo el agua?
Ilustraciones simpáticas construidas en torno a grandes masas de color con gran contraste (Fíjense en ese azul que evoca lo irreal), y una composición dinámica que juega con diferentes disposiciones del texto en la doble página, esta historia divertida plantea cuestiones interesantes (¿Máquinas o seres vivos? ¿Qué nos define?) que pueden ser más que jugosas para cualquier lector.
Terminamos con el ¿Y si fuera otra cosa? de Bruno Zocca. Publicado en nuestro país por Liana Editorial, este álbum también juega con el ser y no ser desde una perspectiva muy imaginativa. Todo empieza cuando el niño protagonista se mira al espejo del cuarto de baño y se cuestiona qué es. Si fuera un pájaro, se pasaría el día cantando. Si fuera un temporal, estaría tronando a todas horas. Y si fuera el sol, no madrugaría tanto. ¿Al final que será?
Aparentemente sencillo, este libro que desborda mucha imaginación, además de tratar aspectos del existencialismo, nos acerca a las perspectivas juguetonas y fantásticas de un niño que, echando mano de surrealismo y sinsentido, nos presenta un nexo entre el mundo real y onírico, momentos antes de irse a dormir.
Dinámicas y llenas de detalles, sus ilustraciones apelan a nuestro subconsciente, desbordan la narrativa textual, y nos sugieren nuevos espacios de ficción a los que acudir cuando nos formulemos estas preguntas un tanto filosóficas.
Y si están muy espesos porque las torrijas no les dejan pensar durante estos días de asueto que se aproximan, disfruten de todas estas historias sin darle muchas vueltas a la cabeza. Que a veces es mejor dejarse llevar que hurgar en las respuestas como cerdos que hociquean en la mierda.
Muy interesantes... todos estamos próximos a la empanada mental. Poder nombrarlos nos ayuda a entendernos. La mayoría de la gente no se entiende a sí misma y lo que les pasa. Pero como buen dices, Román, la empanada es mejor comérsela que echarse encima de ella hasta romperla. Osea, hay que vivir amigo mío. Antes de nada hay que vivir... abrazo de tu intensa Miriam
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