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sábado, 4 de mayo de 2024

Un poco de despiporre


Para mí (y creo que para el resto de los mortales), la imaginación es muy liberadora. No sé qué tiene ponerse con la creatividad, que siempre consigue que me relaje. Cuando quiero apartarme de los problemas cotidianos, cuando quiero conciliar el sueño o cuando quiero inventarme un ejercicio, dejo que mi mente sobrevuele a su libre albedrío. Y así la imaginación cura todos mis males.
Hay algo en todo esto que facilita muchos procesos neurológicos. Decían que el Quijote había salido loco por culpa de las novelas caballerescas, pero si Sancho y otros muchos personajes de la novela de Cervantes, atendieran al sinfín de estudios que apuntan a las bonanzas de lo fantástico, seguirían el ejemplo de Alonso Quijano.


Tampoco vamos a decir que los excesos imaginativos no tengan su contrapunto (que a veces, eso de fantasear a todas horas, nos puede acarrear muchos disgustos), por lo que a mí y a muchos monstruos respecta, lo creativo estimula las emociones, desarrolla la curiosidad y potencia la personalidad. Porque si esto no fuera así, ¿qué base tendrían ciertas metodologías clínicas como la hipnosis, los fármacos psicodélicos o el uso de placebos a la hora de tratar algunas patologías?
No me extraña que la fantasía tenga un componente muy adictivo (que se lo digan a todos los monstruos enganchados a la LIJ), pues nos evade de momentos horribles y nos prepara para lo inesperado. Reflexionamos porque proyectamos en nosotros mismos, planificamos porque nos situamos en el espacio y el tiempo y resolvemos porque dispara nuestra inventiva.


Algo parecido le debe pasar a la protagonista de Al final, un álbum de Silvia Nanclares y Miguel Brieva que muchos monstruos no conocen y del que Kókinos acaba de sacar una nueva edición para que ninguna estantería se quede sin él.
Este libro empieza (como muchos otros) en las guardas, donde vemos a una niña que, al salir del colegio, se percata de que ha olvidado las llaves de su casa. Allí no hay ni el Tato y decide esperar a que llegue alguien. Pero como el aburrimiento es muy poderoso, termina encontrando una puerta al final del callejón que la invita a pasar sin llamar. Ni corta ni perezosa se adentra en una casa misteriosa desde cuya azotea divisa toda la ciudad. Bueno… “una” ciudad un poco especial. También hay un tobogán por el que decide tirarse. ¿Qué encontrará al final?


Alternando recursos del cómic (Fíjense en esas viñetas tan bien secuenciadas, pero sobre todo en su contorno. ¿Qué nos querrá decir?) con la economía textual del álbum, se crea un híbrido que funciona a las mil y una maravillas en cualquier tipo de lector. Narrador y personajes se funden en un vaivén de propósitos que, prescindiendo de diálogos, nos presentan un universo muy particular donde también tiene cabida la crítica (¿Se han fijado en todos esos carteles y anuncios que hablan del consumismo, la tecnología, el postureo y otras falacias capitalistas?).
Seres quiméricos y otros completamente inventados (Que por cierto, se presentan en las guardas finales), bosques, jardines y acantilados (La naturaleza siempre es un plus en cualquier viaje), un mapa (Con tesoro, por supuesto. ¿O acaso no lo ves?) y alguna referencia arquitectónica (¿El Panteón de Agripa, quizás?) se despliegan ante nosotros a modo de serendipia. Un universo tan castizo y abarrotado de detalles que hasta en su camisa guarda una sorpresa final.


Nanclares y Brieva, como esta chiquilla rubia, se lanzan a la aventura con un álbum donde lo onírico y lo surrealista se elevan a un punto superlativo de los libros infantiles patrios (con el perdón de Saez Castán, of course) en tan solo 74 páginas. Guiños a otros clásicos de la LIJ como Alicia en el país de las maravillas o Pinocho, se entremezclan con nuevos sabores, que seguro les vuelven locas las papilas gustativas. ¡Hale! ¡A comprarlo, se ha dicho!

2 comentarios:

  1. Guau!!!! Qué pintón. Gracias, monstruo. Yo sin mundo imaginario no hubiera sobrevivido cuerda . Bss, Miriam

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  2. Sin imaginación no podría vivir

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