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martes, 25 de junio de 2024

Aprovechar el verano


Por fin hemos cerrado el chiringuito y los nenes se han ido a su casa a pasar el estío. Yo no sé qué es peor, si la rutina escolar o el periodo vacacional. Al menos en los centros educativos, además de estar recogíos, aprenden a hacer cosas, quizá no demasiado útiles para la vida, pero al menos se entretienen, que cuando el perro no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas.
Y es que imagínense el percal… La mayoría de los padres trabajando. Los bien avenidos, intentarán cogerse las vacaciones al unísono, quince días a lo sumo. Los que estén divorciados, cada uno por su lado. El teenager que sea un poco inquieto, se buscará algún quehacer, actividades de todo tipo, echar una mano en el negocio familiar o incluso sacar una pelillas con algún trabajo de poca monta. Pero no sueñen, la inmensa mayoría de esta España despreocupada andará sin control alguno, acostándose a las tantas de la mañana y despertándose al mediodía. Puede que a alguno le dé por bajar un rato a la playa, visitar la piscina comunitaria o coger la bicicleta y perderse por algún camino, pero lo más factible es que se pasen el día en sus cuevas dándole al joystick o las redes sociales. Y así, día tras día, durante dos meses. Desolador.


En mis años de juventud, las vacaciones eran un periodo muy activo, y eso que mis padres no iban a la playa por cuestiones logísticas y me pasaba julio y agosto al solano manchego. Eso no era problema porque me apuntaba a un bombardeo. Cursillos de natación, talleres del centro joven, campamentos de verano, viajes cortitos o incluso alguna incursión lingüística. Mi madre nos animaba a hacer de todo e intentábamos llevar una rutina vacacional dentro de la lógica.
Nunca entenderé la dejadez veraniega a la española. Ni calor, ni leches. Se pueden hacer muchas cosas en los meses de verano. Desde jugar al voleibol hasta volar cometas, aprender chino mandarín o hacer un programa de radio. Y por qué no hablar de las tareas domésticas, las grandes olvidadas y que tanta falta hacen. Planchar, tender la ropa (se sorprenderían de la cantidad de gente que no sabe), freír un huevo, coser un botón o cambiar una bombilla son cuestiones muy necesarias en la vida cotidiana y ya va siendo hora de que las aprendamos y valoremos convenientemente. Para ello aquí les traigo Yo lo sé hacer. 1000 pasos para ser autónomo.


En este manual dirigido a niños entre 4 y 12 años, se nos plantean 155 tareas diarias que todo el mundo debería saber, una serie de conocimientos imprescindibles que se nos detallan paso a paso y vienen acompañados por fotos de Alain Laboile e ilustraciones de Hifumiyo.
Hacer una trenza, elegir la ropa que debemos ponernos en invierno o en verano, cómo montar en bicicleta, curarnos una herida, hacer la cama, envolver un regalo, lavar los platos o pelar la fruta. Un sinfín de actividades que están clasificadas en diferentes lugares como el cuarto de baño, la habitación, la cocina o el mundo exterior, para guiar a los más pequeños y sus padres (manda huevos que algunos sean tan inútiles).


Mientras lo leía, me he acordado de aquellos manuales fascistas de la Sección Femenina. He sonreído, pues es curioso el paralelismo de los distintos regímenes (cada época tiene los suyos) y las necesidades sociales.
Pues eso, que estoy esperando como agua de mayo el siguiente volumen, que espero que esté dedicado a los temas del decoro diario… Como sentarse en la mesa, cómo masticar la comida, cómo saludar correctamente, cómo dejar el móvil en silencio, cómo apagar los altavoces portátiles y una largo etcétera de normas comportamentales que parecen pasar desapercibidas por todas las generaciones actuales.

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