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miércoles, 7 de mayo de 2025

Quien fuera piedra...


El otro día andábamos de charla. Tocaba hablar de hijos y el Josean comentó que las suyas, cuando se acercaba el fin de semana, lo primero que hacían era preguntarle qué programa de actividades les había preparado para los próximos días. Ellas daban por hecho que su padre era un mero monitor cuyo objetivo en la vida era entretenerlas durante sus ratos libres para no conocer las leyes de la estática.


No me extraña que las nenas se hicieran esas cábalas, pues como manda la vida familiar occidental actual, cualquier hijo que se precie de serlo, debe estar a sus once vicios y disfrutar de una agenda propia de cualquier aristócrata. Clases extraescolares, deportes en equipo, fiestas de cumpleaños, viajes, parques de atracciones, playa, montaña, quads y todo tipo de eventos configuran el día a día de criaturas que no levantan tres palmos del suelo.


Trajín y más trajín. Los chiquillos le temen al aburrimiento como una vara verde y, mientras el dietario está a la altura del de Sissi emperatriz, pierden la capacidad de disfrutar de aficiones que, lejos de ese dinamismo al que se orienta todo, se relacionan más con uno mismo y el disfrute individual, véanse pintura, botánica o lectura.
Si a ello añadimos que, hoy en día, cualquier pasatiempo tiene que convertirse en un acto social sobre el que cualquiera puede opinar o alardear, la cuesta es todavía más empinada. Todo tiene que ser público y visible. Si lo que haces no se comparte, no es divertido, una especie de abominación que termina por engullir cualquier ocupación íntima.


“Serenidad, quietud, reflexión… ¡Ni que fuéramos piedras!” Dice aquel. “¡Que las piedras tienen una vida muy rica, melón!” Digo yo. “Y si no me crees, presta atención a los dos libros que te traigo hoy.”


El primero es ¡Hola, piedra!, un álbum de Giuseppe Caliceti ilustrado por Noemi Vola y editado en nuestra lengua por Limonero. En él, una niña que pasea con una especie de sapo, se encuentra con una piedra y, lejos de permanecer calla, comienza a freírla a preguntas. La piedra, como buena piedra, al principio le contesta con monosílabos, pero poco a poco, se va soltando y la involucra en un diálogo muy sugerente.


Desde lo exploratorio (ya saben que a los niños les encanta investigar todo), se nos presenta una historia de autoconocimiento a base de una entrevista que, si bien puede parecernos simpática e inocente, alberga mucho sentido, no solo sobre las piedras que nos rodean, sino sobre el paso del tiempo, el mundo conocido y el que desconocemos (¿Ven a ese extraterrestre?).


Con las sugerentes imágenes de Noemi Vola, este viaje iniciático que transita por el surrealismo, el existencialismo y cuestiones un tanto metafísicas, se enriquece de elementos que complementan un discurso que puede ser recorrido por lectores de cualquier edad. Lo que unos ven con unas lentes, los otros lo miran desde otra perspectiva. Es lo que tienen los álbumes con muchas capas de significado.


El segundo es Las tres piedras, un álbum del siempre elocuente Olivier Tallec que se ha publicado en nuestro país gracias a Bira Biro. En él se cuenta la historia de tres piedras que habitan la cima de una montaña. Por culpa del destino, van cayendo a cotas inferiores. Rayos, ráfagas de viento, el curso del agua y unos cuantos animales se cruzan en su aparente quietud y, sin quererlo ni beberlo, van dibujando nuevos escenarios vitales para estas rocas que, ojipláticas, viven con resignación los nuevos panoramas que les depara la suerte.


Aunque parezca una broma sinsentido (lo inerte siempre lo parece), el autor francés explora numerosos conceptos como la gravedad, lo circunstancial, el privilegio y la pérdida de status, e incluso la capacidad de adaptación. Y si no quieren ver nada de esto, disfruten de lo absurdo, que también tiene su punto.


Me llama poderosamente la atención la sinergia entre el silencio que desprenden unos personajes tan bien caracterizados (su mirada impasible lo dice todo) y ese narrador que ahonda en los detalles que enriquecen una historia que a muchos les puede resultar insulsa. Ese humor que me recuerda al cine mudo tiene muchas dobleces, no solo porque abre muchas rendijas por las que asomarse, sino porque aporta ligereza a un discurso muy potente.

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