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viernes, 13 de junio de 2008

Ciclos




Estoy muy satisfecho con el pequeño club de admiradores de este espacio que se ha creado en poco tiempo (espero que sigan siendo constantes en sus visitas y no me obliguen a dedicarme a otros menesteres… Breve inciso: creo que necesito sonidos más alegres para la disertación de hoy… Antonio Vega no es muy recomendable en una mañana soleada como esta…).
Me sorprende -no sé de qué modo-, la gran capacidad del personal que me rodea para, una vez tras otra, desearte un feliz año nuevo y propinarte a modo de succión, una pareja de besos indisolubles e incomestibles. Se ve que a la gente le pierde eso de las cuestiones cíclicas y repetitivas: las Nocheviejas, los Años Nuevos, las rebajas, los carnavales, las Semanas Santas, las primeras comuniones, las renovaciones de vestuario, las limpiezas generales, las bodas veraniegas y los apartamentos veraniegos… Como dice una letra muy chirigotera: “To’ lo año, lo mi’mo”.
Uno, no ha sentido nunca la necesidad imperiosa de asemejar su vida a un pez que se muerde la cola, al carácter cerrado del tiempo y su repetición fractal. A un servidor le gusta la linealidad, la continuidad y el avance (esto no quiere decir que sufra de vez en cuando ciertos vaivenes y retroceda a ciertos puntos pasados). Eso de cerrar mi preciado mundo a unos cuantos quehaceres casi rutinarios se escapa de las manos de un emprendedor… Así pasa, que luego vienen las depresiones y demás ínsulas psicológicas… Así que: avancen. Desplazarse es una alternativa a la estasis vital muy plausible. Toda una experiencia, todo un desafío. ¿Qué sería de nuestras civilizaciones si no hubiesen parido a todos esos que se desmarcaron de la tendencia cíclica? Decididamente, nada. Instrúyase y camine en línea recta, es la única salida.
Paradoja cierta es, que la sugerencia lectora de hoy esté dedicada a los ciclos (predicar sin ejemplos se llama a esto, por lo que llámenme también el rey de lo absurdo). Ciclos naturales, vitales, ciclos y más ciclos, vueltas y más vueltas, círculos en el tiempo e historias sin comienzo ni fin, son el tema principal de todos los títulos que Iela Mari (en ocasiones junto a Enzo Mari) regala al primer lector. La narración conseguida con sus imágenes coloristas y de excelente diseño prescinde de las palabras en todos los casos, logrando captar la atención del lector por las formas y sus variaciones y de la acción de la historia. Aunque su obra más conocida sea El globito rojo (probablemente por la frescura de la historia y lo imposible de la narración), entre mis favoritas cuento otras como La manzana y la mariposa (un gran ejemplo del fenómeno natural de la polinización y los ciclos vitales de los organismos vivos), Las estaciones (ambas de la editorial Kalandraka) e Historias sin fin (esta última, además de la obra homónima que se adentra en el mundo de las cadenas tróficas, incluye El huevo y la gallina, solucionándonos así uno de los grandes enigmas biológicos).

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