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miércoles, 11 de junio de 2008

Elmer


La otra tarde contemplé, no sin sorpresa, un objeto que me resultó chocante, e incluso me hizo elucubrar algunos pensamientos –probablemente nada científicos- sobre un tema bastante espinoso: la relación entre Literatura y Capitalismo. El objeto en cuestión era un monedero. Y pensará el lector que si de un monedero he conseguido hacer una disquisición, qué hubiese conseguido con un buen libro… pero ahí está el asunto... lea y empápese.
Este monedero no era un monedero al uso, sino uno bastante peculiar: era un monedero Elmer. Un monedero con un par de orejas, una trompa bien dibujada, estampado a cuadros de colores por un lado y a modo de tablero de ajedrez por el otro.



Aquellos familiarizados con el extraño –y desconocido- mundo del libro-álbum habrán reconocido, casi al instante, al personaje leitmotiv de esta curiosa faltriquera. El personaje creado por David McKee, Elmer, ese elefante diferente al resto de la manada, tan distinto de sus congéneres que, en vez de tener la piel grisácea, la tiene estampada de una bonita cuadrícula multicolor.
Desde su nacimiento, en 1989, hasta nuestros días, la historia de Elmer, además de convertirse en un clásico del álbum ilustrado, ha pasado a transformarse en una máquina de fabricar billetes sin medida (un álbum-serie compuesto de 22 títulos que ha sido traducido a 70 lenguas y ha vendido más de 7 millones de ejemplares), cosa rara en esto de la Literatura Infantil donde las ventas del producto son bastante modestas, lo que implica una diversificación pasmosa del proceso creativo. De ahí la sorpresa.



Lo curioso es que para un servidor, Elmer es más que billetes verdes. Además de ser uno de esos álbumes de valores que tanto gustan a aspirantes a progres y maestros utilitaristas,  Elmer es el reflejo de una historia personal (David McKee está casado con una mujer de origen anglo-indio y su hija tenía que soportar comentarios sobre el tono oscuro de su piel por aquel entonces) que no sólo habla de la necesidad de una sociedad plural, de la aceptación de lo extraño, del respeto y la apertura de mentalidad hacia lo desconocido. También nos habla de la búsqueda de la propia identidad, de afrontar los problemas con humor (¡Violencia no, por favor!), de mofarse de las cosas vanas de este mundo y de buscar soluciones prácticas.
Porque Elmer, nos representa a todos. ¿Quién, por diversas circunstancias, nunca se ha sentido distinto y solo? Toda la vida han existido Elmer, tantos que todos encontramos en este elefante con piel de "patchwork" algún rasgo de nuestra propia personalidad. Su carisma, su frustración, sus crisis y catarsis, la necesidad de ser reconocido como uno más... La universalidad de Elmer es evidente sin necesidad de fuegos de artificio, sin dramas y sobre todo sin discursitos.
Eso sí, lo que desconozco es si Elmer daría su beneplácito para verse convertido en un objeto del merchandising tan superficial... Paradojas, amigos, paradojas...



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