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sábado, 27 de septiembre de 2008

Buenos regalos



Emanciparse es un asco, se lo digo yo que lo he hecho un par de veces. La primera fue con los dieciocho casi recién cumplidos… Con la tontería esa de que quería ver el mundo, romper los grilletes invisibles que te anudan al cariño paterno, y vivir la vida, marché a Madrid, y allí estuve (estar no es vivir, fíjese en tal apreciación) durante seis años, mamando polvo y gases tóxicos, subiendo y bajando escaleras mecánicas, aprendiendo biología y muchas cosas necesarias para la subsistencia. Algo es algo… 
La segunda fue tan necesaria como la primera, pero más a disgusto, y pasé de la supervivencia en la gran urbe a la asfixiante situación rural, pormenores que relataré en otra historia que bien merece ser narrada…



Destetarse es necesario, aunque no deje de ser traumático (¡esas croquetas, ese cocido materno que nadie iguala…!), mas que nada por lo solitario de la vida adulta, ya que, además de la ingesta de manjares, uno necesita que alguien le dé las buenas noches, le dedique alguna perla o te recuerden una y mil veces que hay que bajar la tapa del inodoro una vez terminados los menesteres excretores.



Y hablando del calor del hogar, hoy me decanto por un libro muy “paterno-filial”, El regalo, a mi modo de ver las cosas, la obra cumbre de Gabriela Keselman (por el momento y en lo que a álbum se refiere…) junto a Pep Monserrat, para una nueva edición en Kókinos (la primigenia en La Galera).


Con páginas desplegables (ya tenemos algo de juego y de objeto-libro, que no se crean que no es poco) para ir adivinando las cualidades de ese regalo que tanto ansía Miguelito, unas ilustraciones de gran calidad (la composición y el color son estupendos), elementos tipográficos muy bien elegidos y que también forman parte del diseño, y un texto amable y simpático a rabiar, El regalo es (valga la redundancia) un regalo inmejorable. 
Además, también nos habla de esos presentes desorbitados, gigantescos, de tamaño desproporcionado, que cuanto más grandes son, más nos hacen abrir la boca. También nos habla de esos regalos exóticos que vienen de los confines del mundo, de los sitios más extravagantes. Pero también nos cuenta cosas de esos regalos que todos escondemos en lo profundo de nuestro corazón, de esos regalos que se sienten, los que hay que buscar de verdad. Espero que, si alguna vez tienen que regalar algo, encuentren estos últimos, son los que más gustan, los que llenan el alma.
Lástima que Miguelito tenga que pedirlos. Yo nunca he tenido que hacerlo.


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