Antes de empezar a temblar, se lo suplico, lean con dilatada calma las ideas que aquí recojo y, si es menester, echen mano de algún diccionario científico (que también los hay).
A modo de prefacio y pequeña disculpa les diré que, la madre natura, no contenta con dotarme de ciertos toques peculiares, sembró en el mismo socavón la inquietud por las áreas científicas y las lingüísticas, y aquí me tienen, un biólogo dando lecciones literarias, cuestión que se convierte en dos problemas para usted, querido lector. El primero está referido a la tendencia que presento para relacionar ambas disciplinas, la científica y la humanística, lo que se convierte en perjuicio para los lectores que desconocen ciertos términos de alguna de ellas. Y lo segundo es que también supone un agravio para su paciencia. Siento enormemente tamaña situación pero, antes de disculparme, apelo a su pasión por los libros para que sigan leyéndome en este trozo de la red. Así que, mil perdones.
Desde que leí Secreto de familia, de la estupenda Isol, decidí establecer una tregua entre la ciencia genética y mi persona. Esta animadversión nació unos años atrás, cuando cierto catedrático endiosado nos adoctrinaba (formar es otra cosa) sobre esta parcela del conocimiento, la relativa a genes, alelos, epistasias y mutaciones. Si añadimos que la genética no es nada sin la estadística, las probabilidades y otros engendros matemáticos, no es de extrañar que se abriera una profunda brecha entre este saber y el aquí escribiente. Separados durante un tiempo, fue un libro, el ya citado album-ilustrado, el que nos reunió, descubriendo así lo curioso de la ley de Hardy-Weinberg, lo bonito de la hipótesis de “un gen-un enzima” o la utilidad de los operones. Y es que la historia de una niña puercoespín acogida por una familia de osos tiene mucho fundamento, gracia y salero. Así que, ya saben, no desesperen si un día descubren que no son más que los hijos de sus padres.
A modo de prefacio y pequeña disculpa les diré que, la madre natura, no contenta con dotarme de ciertos toques peculiares, sembró en el mismo socavón la inquietud por las áreas científicas y las lingüísticas, y aquí me tienen, un biólogo dando lecciones literarias, cuestión que se convierte en dos problemas para usted, querido lector. El primero está referido a la tendencia que presento para relacionar ambas disciplinas, la científica y la humanística, lo que se convierte en perjuicio para los lectores que desconocen ciertos términos de alguna de ellas. Y lo segundo es que también supone un agravio para su paciencia. Siento enormemente tamaña situación pero, antes de disculparme, apelo a su pasión por los libros para que sigan leyéndome en este trozo de la red. Así que, mil perdones.
Desde que leí Secreto de familia, de la estupenda Isol, decidí establecer una tregua entre la ciencia genética y mi persona. Esta animadversión nació unos años atrás, cuando cierto catedrático endiosado nos adoctrinaba (formar es otra cosa) sobre esta parcela del conocimiento, la relativa a genes, alelos, epistasias y mutaciones. Si añadimos que la genética no es nada sin la estadística, las probabilidades y otros engendros matemáticos, no es de extrañar que se abriera una profunda brecha entre este saber y el aquí escribiente. Separados durante un tiempo, fue un libro, el ya citado album-ilustrado, el que nos reunió, descubriendo así lo curioso de la ley de Hardy-Weinberg, lo bonito de la hipótesis de “un gen-un enzima” o la utilidad de los operones. Y es que la historia de una niña puercoespín acogida por una familia de osos tiene mucho fundamento, gracia y salero. Así que, ya saben, no desesperen si un día descubren que no son más que los hijos de sus padres.
Justo hace un par de días me compre Petit el monstruo, que tambié te recomiendo.Pero sin duda de Isol me quedo con El globo, unos de los libros más subersivos que conozco, y que te recomiendo que tengas en cuenta para reseñarlo, por ejemplo el "día de la madre2.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus comentarios Encarnita, los tendré en cuenta... Ya me comentó Amparo que saliste bastante contenta del examen... Así que, ¡ánimo para el segundo!... (He perdido tu dirección de correo). Un abrazo.
ResponderEliminarUna de las cosas que más me gustan es ser parte de ese mundo mixto al que le interesan tanto las ciencias como las humanidades. Estoy justo ahora leyendo un libro de Stephen J. Gould sobre eso: "El zorro y el erizo...". Creo que nadie está del todo en el mundo si obvia una u otra parte de nuestro conocimiento humano. Así que me encanta que lo saques a colación cada vez que quieras. Un saludito, Miriam
ResponderEliminarMiriam: logras sorprenderme... Stephen Jay Gould, uno de los mejores pensadores/científicos del siglo XX(el equilibrio puntuado...)Lástima que ya no esté entre nosotros.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues sí, a los grandes hombres siempre se les echa de menos. ¿Vas a hacer un homenaje a Darwin? Hay un libro para público juvenil sobre el viaje de Darwin que está chulo. Tengo que buscar la reseña.
ResponderEliminarQue conste que yo soy de algo tan tibio como empresariales, así que ni de ciencias ni de letras. Pero me interesa todo. Un saludito, Miriam