Con los años, uno se va percatando del tiempo que ha perdido, de las cosas que no hizo y que hoy le hubiera gustado hacer, de los labios que no besó por vete-tú-a-saber o de lo que no aprendió.
Respecto al último punto he de decirles que hay muchas cosas que me hubiera gustado aprender. Por dar un ejemplo, les diré que me hubiese gustado conocer las bases de la lógica, uno de los cimientos del razonamiento, pero como todo en esta azarosa vida, mi formación filosófica (área en la que se imparten estos contenidos) se basó en otro tipo de preceptos menos deseados, fundamentalmente en los escogidos por el profesor de turno, y así me quedé, sin lógica alguna –aunque parezca lo contrario-. Y como a cualquier frustrado/a e ignorante que conoce en otra persona lo que él/ella anhela, la envidia me corroe. Envidio a las mentes preclaras, de fácil razonamiento y pensamiento lógico. ¡Qué lata esto de ser un manta!
El ejemplo literario más pasmoso de la lógica bien usada es, siento admitirlo, la figura de Sherlock Holmes (les advierto que, aunque los razonamientos de Holmes son el eje, el personaje de Watson no desmerece lo más mínimo, les confieso que es mi favorito -Cuestión al aire: ¿No advierten cierto paralelismo entre esta pareja y el tándem formado por Don Quijote y Sancho Panza?-). El personaje que dio la fama a Sir (me he permitido destacar el título nobiliario para que algunos se empapen de que si los ingleses siguen dando el callo es por acciones como esta… a ver cuando nuestro monarca se decide a condecorar más abiertamente a literatos, científicos o ingenieros que tanto han hecho por nuestro país, en vez de a tanto político asqueroso, que ya está bien la broma…) Arthur Conan Doyle me ha encandilado la última semana. El sabueso de los Baskerville engancha, desde la primera palabra hasta la última, tanto, que me leí el texto integro en poco más de una hora y media. Me parece estupenda la variedad de estilos que recoge (epistolar, narrativo, coloquial), además de una buena excusa para que los chavales se aficionen a la novela detectivesca, que no exenta de acción, propicia el ejercicio de la razón. Así que hago un llamamiento a todos los maestros y profesores que siguen este lugar donde habitan los monstruos, para que ensalcen títulos como este, que nunca vienen mal a las mentes efervescentes de nuestros adolescentes.
En efecto, querido Watson.
Respecto al último punto he de decirles que hay muchas cosas que me hubiera gustado aprender. Por dar un ejemplo, les diré que me hubiese gustado conocer las bases de la lógica, uno de los cimientos del razonamiento, pero como todo en esta azarosa vida, mi formación filosófica (área en la que se imparten estos contenidos) se basó en otro tipo de preceptos menos deseados, fundamentalmente en los escogidos por el profesor de turno, y así me quedé, sin lógica alguna –aunque parezca lo contrario-. Y como a cualquier frustrado/a e ignorante que conoce en otra persona lo que él/ella anhela, la envidia me corroe. Envidio a las mentes preclaras, de fácil razonamiento y pensamiento lógico. ¡Qué lata esto de ser un manta!
El ejemplo literario más pasmoso de la lógica bien usada es, siento admitirlo, la figura de Sherlock Holmes (les advierto que, aunque los razonamientos de Holmes son el eje, el personaje de Watson no desmerece lo más mínimo, les confieso que es mi favorito -Cuestión al aire: ¿No advierten cierto paralelismo entre esta pareja y el tándem formado por Don Quijote y Sancho Panza?-). El personaje que dio la fama a Sir (me he permitido destacar el título nobiliario para que algunos se empapen de que si los ingleses siguen dando el callo es por acciones como esta… a ver cuando nuestro monarca se decide a condecorar más abiertamente a literatos, científicos o ingenieros que tanto han hecho por nuestro país, en vez de a tanto político asqueroso, que ya está bien la broma…) Arthur Conan Doyle me ha encandilado la última semana. El sabueso de los Baskerville engancha, desde la primera palabra hasta la última, tanto, que me leí el texto integro en poco más de una hora y media. Me parece estupenda la variedad de estilos que recoge (epistolar, narrativo, coloquial), además de una buena excusa para que los chavales se aficionen a la novela detectivesca, que no exenta de acción, propicia el ejercicio de la razón. Así que hago un llamamiento a todos los maestros y profesores que siguen este lugar donde habitan los monstruos, para que ensalcen títulos como este, que nunca vienen mal a las mentes efervescentes de nuestros adolescentes.
En efecto, querido Watson.
Ah, me ha encantado este post. Yo también descubrí al señor Holmes de mayor, aunque ya había leído muchas de sus historias, merced a diversas adaptaciones al cómic, versiones "modernizadas", películas y series de dibujos animados. De hecho, alguna vez me gustaría comentar las ventajas e inconvenientes de todas estas "versiones" de los clásicos, porque en mi caso hicieron que me conformara con estas pildorillas y que no me acercara ni a Verne ni a Salgari ni a Conan Doyle en toda mi infancia...
ResponderEliminarPero me salgo del tema. Hace algunos años, me llegó un tomo de relatos completos de Sherlock Holmes y me lo llevé de veraneo. ¡Qué bien lo pasé! Las historias no sólo son divertidas y sorprendentes; es que además tienen la longitud justa para ese lapso de lectura conocido como "un ratito". Me parecen perfectas para jóvenes lectores. Pero, más que un Quijote/Sancho, yo siempre he visto la relación entre Holmes y Watson como un diálogo socrático. Soy así de pedante, qué le voy a hacer...
Con tu permiso, recominedo una pulga lógica que seguro conoces:
ResponderEliminarEl ogro, el lobo, la niña y el pastel; en Corimbo