A veces no logro que ciertas cuestiones me sobrepasen. Unas son familiares, otras laborales, otras de índole más social y unas pocas se refieren a lo que llena este espacio: los libros y la lectura. Y para que sopesen la gravedad de estos retortijones, les ilustro el último de ellos.
En clase de tutoría, hallábanse mis alumnos trabajando aspectos relacionados con las técnicas de estudio, así que, mientras ellos utilizaban la memoria, me decidí a echarle un vistazo al libro de texto de la asignatura de “Lengua y Literatura” (lo esencial es conocer a nuestro “enemigo”…).
Si alguna vez han ojeado este tipo de libros, se habrán percatado de lo vistoso de sus ilustraciones, de la buena maquetación o del suave tacto del papel satinado. Hasta ahí, todo perfecto. Lo ignominioso viene después, cuando uno se aventura a leer el texto, la doctrina (me encanta esta palabra, sobre todo cuando me apetece sacar de quicio a ciertos profesores que destilan propaganda a la hora de impartir sus clases). De ahí mi malestar… El libro en cuestión se servía de ciertos fragmentos de conocidas obras literarias para hacer llegar a los alumnos las nociones recogidas en el currículo preceptivo (ese que nos ordena la autonomía reinante), recurso bastante utilizado por los autores de este tipo de libros. El problema venía impreso en los sucesivos pies de texto: Roald Dahl. Las Brujas (Adaptación)…, Arturo Pérez Reverte. El Capitán Alatriste (Adaptación)…, Michael Ende. La Historia Interminable (Adaptación)..., El nombre de la rosa (Adaptación)..., Julio Verne. Miguel Strogoff (Adaptación)… ¿¡Adaptaciones!? ¿Para eso se estrujan el cerebro muchos? ¿Para eso el empeño de tantos literatos y pensadores? ¿Para eso tantos planes de lectura? ¿Para eso tantas bibliotecas públicas?... Para eso, tanto. Simple y llanamente para mutilar una obra de arte.
Sólo espero que mis alumnos, dentro de unos años, se acerquen a leer íntegramente las palabras que no pudieron leer en sus años de estudiantes, de las que fueron privados por el capricho de algunos mentecatos que en su afán pedagógico decapitaron la herencia de los verdaderos maestros.
En clase de tutoría, hallábanse mis alumnos trabajando aspectos relacionados con las técnicas de estudio, así que, mientras ellos utilizaban la memoria, me decidí a echarle un vistazo al libro de texto de la asignatura de “Lengua y Literatura” (lo esencial es conocer a nuestro “enemigo”…).
Si alguna vez han ojeado este tipo de libros, se habrán percatado de lo vistoso de sus ilustraciones, de la buena maquetación o del suave tacto del papel satinado. Hasta ahí, todo perfecto. Lo ignominioso viene después, cuando uno se aventura a leer el texto, la doctrina (me encanta esta palabra, sobre todo cuando me apetece sacar de quicio a ciertos profesores que destilan propaganda a la hora de impartir sus clases). De ahí mi malestar… El libro en cuestión se servía de ciertos fragmentos de conocidas obras literarias para hacer llegar a los alumnos las nociones recogidas en el currículo preceptivo (ese que nos ordena la autonomía reinante), recurso bastante utilizado por los autores de este tipo de libros. El problema venía impreso en los sucesivos pies de texto: Roald Dahl. Las Brujas (Adaptación)…, Arturo Pérez Reverte. El Capitán Alatriste (Adaptación)…, Michael Ende. La Historia Interminable (Adaptación)..., El nombre de la rosa (Adaptación)..., Julio Verne. Miguel Strogoff (Adaptación)… ¿¡Adaptaciones!? ¿Para eso se estrujan el cerebro muchos? ¿Para eso el empeño de tantos literatos y pensadores? ¿Para eso tantos planes de lectura? ¿Para eso tantas bibliotecas públicas?... Para eso, tanto. Simple y llanamente para mutilar una obra de arte.
Sólo espero que mis alumnos, dentro de unos años, se acerquen a leer íntegramente las palabras que no pudieron leer en sus años de estudiantes, de las que fueron privados por el capricho de algunos mentecatos que en su afán pedagógico decapitaron la herencia de los verdaderos maestros.
aAAAHH!!! Me parece el colmo. Son la leche. ¿Cómo puede vivir el ser humano destrozando lo que otros crean?
ResponderEliminarTodavía no he llegado a la edad en la que mis hijos tengan este tipo de libros. Pero cuando llegue, creo que me va a hervir la sangre.
Estoy contigo.
Un saludito, Miriam