Para Evaristo.
Para los lectores del colegio “Helios”.
Para los lectores del colegio “Helios”.
Con frecuencia se suele decir que cada libro necesita encuadrarse en una atmósfera determinada de modo que su lectura nos sea lo más provechosa posible. Tampoco hemos de olvidar que, dependiendo de nuestro estado de ánimo, un libro puede transmitirnos unas sensaciones u otras, hecho que convierte a la lectura en esa comunión íntima entre las palabras y uno mismo. Por todo ello y poniéndonos un tanto “orteguianos” podríamos definir la lectura como “el libro y sus circunstancias” (lo cierto es que mis ocurrencias son para recibir un buen mandoble, así que aléjenlas de sus idearios no los vayan a contaminar…).
Mis circunstancias atmosféricas a lo largo del fin de semana pasado, como las de muchos otros habitantes de la zona levantina (me urge comunicarles que el albaceteño, y por extensión el manchego, se considera a sí mismo una “rara avis” dentro de esa autonomía denominada Castilla-La Mancha, dada su íntima conexión con las tierras del sureste español, véanse Murcia y Valencia), han estado muy relacionadas con la lluvia –otros lugares han sido más ventosos y/o nevados-. Lo cierto es que este hecho me ha ayudado en gran manera a disfrutar de un título al que le tenía ganas (más todavía desde que lo hallé reseñado en la fiesta de Luis Daniel González…). La fórmula preferida del profesor, de Yoko Ogawa, es una obra de adecuada factura, prosa medida y sencilla, nada pretenciosa, en definitiva, amena de leer, tanto, que la engullí (paladeando, claro está) en un par de horas. Su argumento, también bastante eficaz, está basado en un triángulo intergeneracional formado por una asistenta, el viejo profesor al que cuida, cuya memoria dura ochenta escasos minutos, y el hijo de la primera. Si además de todo esto tenemos en cuenta que su historia aúna el mundo de las palabras con el de las matemáticas, podríamos decir que es una buena excusa para conseguir que muchos estudiantes alejados del algebra y el cálculo (me cuento entre ellos), regresen, para así descubrir que los números también cuentan historias, también unen corazones.
Mis circunstancias atmosféricas a lo largo del fin de semana pasado, como las de muchos otros habitantes de la zona levantina (me urge comunicarles que el albaceteño, y por extensión el manchego, se considera a sí mismo una “rara avis” dentro de esa autonomía denominada Castilla-La Mancha, dada su íntima conexión con las tierras del sureste español, véanse Murcia y Valencia), han estado muy relacionadas con la lluvia –otros lugares han sido más ventosos y/o nevados-. Lo cierto es que este hecho me ha ayudado en gran manera a disfrutar de un título al que le tenía ganas (más todavía desde que lo hallé reseñado en la fiesta de Luis Daniel González…). La fórmula preferida del profesor, de Yoko Ogawa, es una obra de adecuada factura, prosa medida y sencilla, nada pretenciosa, en definitiva, amena de leer, tanto, que la engullí (paladeando, claro está) en un par de horas. Su argumento, también bastante eficaz, está basado en un triángulo intergeneracional formado por una asistenta, el viejo profesor al que cuida, cuya memoria dura ochenta escasos minutos, y el hijo de la primera. Si además de todo esto tenemos en cuenta que su historia aúna el mundo de las palabras con el de las matemáticas, podríamos decir que es una buena excusa para conseguir que muchos estudiantes alejados del algebra y el cálculo (me cuento entre ellos), regresen, para así descubrir que los números también cuentan historias, también unen corazones.
Me encantó el libro, las relaciones que se entretejen los personajes a travésde las matemáticas. En la biblioteca suelo recomendar esta obra a los jóvenes.
ResponderEliminarUna acertada recomendación.
Besadetes