Aunque ahora nos sobre estatura no sé si será bueno eso de cambiar el pan con chocolate de la posguerra por todo tipo de bollicaos® y donetes® embebidos en grasas saturadas industriales… a veces es mejor estar “tasaico” de talla que no pillar un cáncer fulminante, ya que, a pesar de las negaciones de la ciencia química, sigo creyendo que comemos pura mierda.
Que sí, que sí... La pasada crisis quiso poner freno a la elevada tasa de obesidad infantil con una vida saludable en la que los programas de cocina (que no sigo) y los vegetales tuvieran mucho que decir (tanto es así que hasta los lobos se han vuelto veganos), pero no sé hasta que punto ha sido eficiente pues las casa de comidas vuelven a estar en auge (o reservas o te ves comiendo un kebap en plena calle) y el azúcar nos llega a las orejas (hasta el lomo embuchao lo sumergen en sirope).
Y con estos pensamientos nutricionales les traigo una recomendación literaria para su dieta diaria de la mano de Janosch, Compota de manzana para el mal de amores re-editado por Patio, la editorial que se está encargando de re-editar esta colección clásica con títulos como Cómo aprendió a contar el tigre o El pequeño tigre necesita una bicicleta.
En este delicioso álbum (el adjetivo no podía ser otro), el autor alemán de nacimiento y canario de adopción, nos aproxima al mundo gastronómico con un simpático y sencillo recetario (creo que bastante aceptable) para los más pequeños de la casa que, cómo no, está protagonizado por pequeño tigre, pequeño oso y el resto de la caterva de personajes de estas historias.
Desde la compota de manzana hasta espaguetis, pasando por ensaladas o guisos de setas, estos amigos se atreven con cualquier cosa, sin descuidar ese tono un tanto absurdo que rodea a cualquier situación en la que se vean envueltos, una especie de tierno sinsentido que ha conquistado a muchísimas generaciones de niños.
Y lo dicho: aliméntense de manera adecuada, no sea que sufran una terrible indigestión.