Las lluvias arribaron a esta parte del mundo el pasado fin de semana. Y no es cosa extraña, puesto que es primavera… y ya se sabe lo que trae esta estación un tanto descocada e imprevisible. Que si calor, que si ventiscas, que si luz, largas tardes, también días grises y algún chubasco… La lluvia siempre es agradable, no sólo por ese olor que empapa la tierra, sino porque es un alivio para los alérgicos que, como yo, sufrimos con las ingentes cantidades de polen que las fanerógamas derrochan por afán reproductivo.
Me gusta la lluvia. Oír como las gotas repiquetean sobre la ventana. Me gusta el aroma del suelo mojado. Chapotear. Saltar sobre los charcos. Romper mi reflejo. Ver a los pájaros beber de ellos. Contar los segundos que separan un trueno y el siguiente para calcular a qué distancia se encuentra la tormenta. Y sobre todo me gusta disfrutar de aquellas que relampaguean en las noches de verano, durante las que uno siente la necesidad de compartir con uno mismo sus propios pensamientos…
A mucha gente le dan miedo las tormentas, se acurrucan bajo las sábanas y esperan a que llegue la calma, otros, mientras el agua cae afuera, nos preguntamos quiénes somos, si somos guapos, sobre si algún día aparecerá nuestro nombre impreso en la enciclopedia, si debemos encontrar nuestro propio camino o si, por el contrario, ya está determinado desde el principio… Les dejo que piensen sobre estas cuestiones y muchas más mientras leen el libro al que hoy he dedicado mi tiempo, Noche de tormenta, de Michèle Lemieux.
Me gusta la lluvia. Oír como las gotas repiquetean sobre la ventana. Me gusta el aroma del suelo mojado. Chapotear. Saltar sobre los charcos. Romper mi reflejo. Ver a los pájaros beber de ellos. Contar los segundos que separan un trueno y el siguiente para calcular a qué distancia se encuentra la tormenta. Y sobre todo me gusta disfrutar de aquellas que relampaguean en las noches de verano, durante las que uno siente la necesidad de compartir con uno mismo sus propios pensamientos…
A mucha gente le dan miedo las tormentas, se acurrucan bajo las sábanas y esperan a que llegue la calma, otros, mientras el agua cae afuera, nos preguntamos quiénes somos, si somos guapos, sobre si algún día aparecerá nuestro nombre impreso en la enciclopedia, si debemos encontrar nuestro propio camino o si, por el contrario, ya está determinado desde el principio… Les dejo que piensen sobre estas cuestiones y muchas más mientras leen el libro al que hoy he dedicado mi tiempo, Noche de tormenta, de Michèle Lemieux.
A mí me gusta esa lluvia otoñal que pone el día gris y silencioso. Esa que cae con perseverancia y en voz baja, acariciando las cosas. Gracias por la recomendacion.
ResponderEliminarEste libro es una delicia, para leerlo sólo y para leerlo en compañía de algún canijo y no tan canijo...
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