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miércoles, 20 de mayo de 2009

Pesadillas encerradas



Cuando era niño (y no tan niño) me era imposible conciliar el sueño tras “disfrutar” de alguna película donde el terror o la ciencia-ficción estuviesen presentes… Imaginaba mi cama llena de alienígenas, el edificio atestado de gremlins o millones de cucarachas sobre las paredes de la habitación. El poder de la mente es increíble, sobre todo si los cuerpos son inmaduros… De todos modos, no son pocos los adultos que padecen sus propias ensoñaciones y muchas veces los sueños más deseados se pueden tornar verdaderas pesadillas:
- Toda la vida deseando probar las mieles de un harén y de pronto ¡sufro de impotencia!- Le dijo Fulano a Mengano. (Ríanse que no es coña).
…Y es que son los defectos de la fase R.E.M. (a los no ilustrados les aclaro que, además de referirse a un grupo pop de los 90, son las iniciales de “rapid eye movement”, una fase del reposo en la que se suceden los sueños), que unas veces nos hacen disfrutar, y otras nos mueven a la desesperación y la vigilia.
Ya he confesado en alguna que otra ocasión lo mucho que disfruto soñando, de ese cine de las sábanas blancas -cuando vuelo, si descubro mundos desconocidos o en otras ocasiones más lúbricas (¡soy humano!)-, pero también he de reconocer que me estremezco ante las pesadillas indeseables pasándolo realmente mal.
Supongo que ya habrán adivinado cuál es el libro de hoy (más que nada porque suele ser evidente con sólo echar un vistazo a la imagen…). El clásico Una pesadilla en mi armario, de Mercer Mayer, recuperado hace unos años por la editorial Kalandraka, narra las andanzas y miedos nocturnos de un niño acosado por una misteriosa pesadilla que mora en el armario… ¡Lo peor de todo es que no hay sólo una!
Creo que es un buen ejemplo de cómo superar las malas jugadas de la mente y hacer frente a la soledad que cobija la almohada.

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