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miércoles, 23 de septiembre de 2009

De las chanzas del amor



Algunos que beben romanticismo a diario proclamarían que el amor es el motor del mundo mientras los más realistas disentirían de modo firme y tajante. Esta vez, yo, quien siempre se lanza a la palestra, permaneceré cauto en mis afirmaciones.
Veo poco amor en el mundo que contemplo a diario. En los autobuses, en los bares, en los centros de trabajo…, veo poco cariño en lo que me rodea, ninguna hospitalidad, nula solidaridad. ¿Cómo algo que no está presente es capaz de hacer girar los engranajes de nuestra existencia? Quizá ese amor no es palpable, es un amor que subyace bajo la tristeza, la envidia, el dolor o el sufrimiento. ¿Es el amor escondido, ese que te desgarra y asola, un efecto o una causa? Piedra angular dirían muchos, mero espejismo afirmarían otros. Un servidor ya no sabe qué creer…
Cada uno cuenta la película según le va (o según querría que le fuese)…, y si no, fíjense en los protagonistas de las dos obras de hoy. De la primera ya comenté algo en cierta ocasión -más de oídas que otra cosa-, pero ahora que lo he leído puedo decirles más chismes sobre él. Un grito de amor desde el centro del mundo, del nipón Kyoichi Katayama, es un categórico libro de adolescentes para adolescentes (si atendemos a las ventas del mismo, aseguraré que la literatura juvenil está de enhorabuena ya que las editoriales y los lectores adultos parecen pirrarse por este tipo de libros aunque sean enmascarados como novelas maduras) pero, aunque el argumento está bien elegido, la lectura no cubre mis expectativas –quizá por las características de la literatura moderna japonesa, sea dicho de paso- ya que se instala en una dilatada nube de sutilidad infinita que no trasciende lo desgarrador que puede llegar a ser el final… No sé…, no deja sentirse esa empatía que esperaba del amor ideal y eterno, aunque pienso que es una sugerente recomendación para chicos con las feromonas por las nubes (Evaristo, lo siento enormemente pero desde que leí Samurai, de Hisako Matsubara, todo el amor se me queda pequeño).
El segundo título, El amor de Erika Ewald, es una pequeña lección –pese a la densidad del texto, no hay mal que por bien no venga- para todos aquellos que se ciegan de amor, viven aterrorizados por sus propios sentimientos y, finalmente, se desengañan. Como Erika Ewald, ¿quién no se ha decepcionado alguna vez?, ¿quién no ha deseado defenestrarse por desamor? Esta pequeña historia de Stefan Zweig (editorial Acantilado) debería ser lectura obligatoria para quinceañeras mojigatas y sentidas que no se detienen a pensar que el amor se esconde en cada rincón del mundo, en cada mota de polvo.

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