Y como en el interior de las fosas nasales empiezo a notar un ligero picor que anuncia la plenitud primaveral, adivino que es el momento ideal para proveerse de buenas dosis de antiestamínicos y dejar que las mucosidades fluyan al exterior del organismo, que la congestión no es favorable para el estudio… Y no sólo son días de astenia primaveral, altibajos emocionales y hormonas desbocadas, no. Junto con los granos de polen y otras menudencias, también viajan las novedades editoriales, a las que dedicaré mi tiempo bloguero durante las próximas jornadas.
Si algo caracteriza a la primavera es que a más de una le da por parir… No por mero capricho o ciencia infusa, claro está, sino por salir de cuentas en esta época de tanto trino y gorjeo, tras los nueve mese de gestación que comenzaron con los arrebatos veraniegos, ¡qué nos gusta el calorcito, odo! Créame. Y si no lo hace, elija un cómodo asiento donde apoyar las posaderas y con vistas a una avenida populosa, y vaya contando los innumerables carricoches que frente a usted desfilan en cualquier tarde juguetona de abril. En lo que a mi respecta, subrayo que prefiero destinar mi tiempo a sorber caracoles que a acallar los berrinches espontáneos de un recién nacido (¿y quién no?), aunque, rompiendo una lanza por todos aquellos que sienten la llamada de la paternidad durante estas fechas, también admitiré que arrullos, arrumacos y arrebujos son necesarios para que la vida siga su curso.
Y hablando de hijos, madres y padres, este lunes en el que la sombra de muchos acontecimientos indeseables nos nubla la cabeza, he decidido encender una tea que lleva por título Días de hijo y alumbrar un poco su sonrisa. Porque esta obrita (asigno el diminutivo por el tamaño de la edición) de Philip Waechter, aunque no es canónica –hay muy pocas de estas-, sí es graciosa, luminosa, entrañable y cálida. ¡Ah! Y un inmejorable regalo para madres y padres primerizos. ¡Hasta mañana, que anuncia lluvia!
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