Le he dado muchas vueltas a este colofón parisino, a este final francés. Dudaba entre terminar a la usanza, con versos incluidos, o ser más aleccionador y crítico. Pero al final, en el momento menos esperado, bien temprano, a bordo de un automóvil y conversando con mis tres compañeros de viaje, ha surgido la luz, y aquí se la traigo, radiante como la primavera que nos invade.
Cuando he de hablar de un libro como este, tan leído, tan idolatrado, tan consagrado, acostumbro a pensar mis palabras, no sea que alguno sienta herido su ego lector y sufra el arrebato de retorcerme el pescuezo…
A tenor de las lecturas escolares, decían los de esta mañana (ninguno de ellos maestro, aviso…) que los libros de ahora, unos efímeros, otros inadecuados, no son como los de antes, sempervirentes y de exquisita redondez. Y ponían como ejemplo la obra que trato hoy, El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Y hablaban de cómo su texto tenía la capacidad de adaptarse a las edades del hombre, de sus variados niveles de lectura, de cómo las acuarelas del autor seguían vivas tras tantos años…
Les seré sincero: yo soy de esos que han leído El principito a una edad tardía. Y como cualquier hijo de vecino, he tenido mis razones para no hacerlo antes. Veamos…: en mi niñez prefería títulos con argumentos más dinámicos, con buenas dosis de aventura, o si no era así, exóticos al menos, por lo que la ñoñería y parsimonia de ese niño caído de un planeta con nombre de ecuación matemática no me sugerían ni un ápice de curiosidad, mucho menos después de intentar ver la versión cinematográfica de Stanley Donen: horrible (todavía hoy lo sigo pensando). Hasta que llegó un día, el día adecuado. Y lo leí. Y me atrapó… Como ya saben, cuando caes en las garras de un libro especial, te devora una extraña quemazón. Y te envenena.
Conozco a mucha gente a la que no agrada este príncipe que arrancaba baobabs (costumbre que me pareció insolidaria y fea de solemnidad desde que leí que este árbol, debido a su soberbia y vanidad, fue condenado por los dioses a esconder su corazón en la tierra y mostrar eternamente sus raíces) y hablaba con zorros, pero quizá, conforme pasen los años, opten por la quietud, por la calma, y se endulcen como la fruta con libros como este, para dejar de ser viejos, para dejar de ser niños.
Cuando he de hablar de un libro como este, tan leído, tan idolatrado, tan consagrado, acostumbro a pensar mis palabras, no sea que alguno sienta herido su ego lector y sufra el arrebato de retorcerme el pescuezo…
A tenor de las lecturas escolares, decían los de esta mañana (ninguno de ellos maestro, aviso…) que los libros de ahora, unos efímeros, otros inadecuados, no son como los de antes, sempervirentes y de exquisita redondez. Y ponían como ejemplo la obra que trato hoy, El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Y hablaban de cómo su texto tenía la capacidad de adaptarse a las edades del hombre, de sus variados niveles de lectura, de cómo las acuarelas del autor seguían vivas tras tantos años…
Les seré sincero: yo soy de esos que han leído El principito a una edad tardía. Y como cualquier hijo de vecino, he tenido mis razones para no hacerlo antes. Veamos…: en mi niñez prefería títulos con argumentos más dinámicos, con buenas dosis de aventura, o si no era así, exóticos al menos, por lo que la ñoñería y parsimonia de ese niño caído de un planeta con nombre de ecuación matemática no me sugerían ni un ápice de curiosidad, mucho menos después de intentar ver la versión cinematográfica de Stanley Donen: horrible (todavía hoy lo sigo pensando). Hasta que llegó un día, el día adecuado. Y lo leí. Y me atrapó… Como ya saben, cuando caes en las garras de un libro especial, te devora una extraña quemazón. Y te envenena.
Conozco a mucha gente a la que no agrada este príncipe que arrancaba baobabs (costumbre que me pareció insolidaria y fea de solemnidad desde que leí que este árbol, debido a su soberbia y vanidad, fue condenado por los dioses a esconder su corazón en la tierra y mostrar eternamente sus raíces) y hablaba con zorros, pero quizá, conforme pasen los años, opten por la quietud, por la calma, y se endulcen como la fruta con libros como este, para dejar de ser viejos, para dejar de ser niños.
Los prejuicios nos pueden a todos... Y a todos nos ha pasado con algún libro. Algunos parece que 'nos persiguen' o nos esperan pacientemente.
ResponderEliminar¿Nos perseguirán también los electrónicos???
Saluditos
: )a ver si no ofendo yo a nadie, lo leí en mi primeros años de preadolescencia pero yendo acontracorriente por lo que ví con el tiempo, no llegué ni a acabarlo y eso que era una lectora compulsiva. No recuerdo por qué, quizás demasiado poético? ni idea, siempre tuve muy mala conciencia, tantas alabanzas y yo como petarda sin animarme a leerlo de nuevo. Pero hete ahí que hace unos días descubrí el mismo libro ilustrado por Sfar,http://editorialoceano.cl/product_info.php?cPath=41&products_id=11370&Libreria=86fd05a6fe31747b7002f90bd1bd0788 eso no creo que me lo pierda, después me animaré con la versión escrita. También es verdad que de pequeña Alicia... me enervaba por esa reina tan absurda y hace un año la ha releído y me pareció un sueño increíble, cosas que no sé si debería de confesar en público, jiji
ResponderEliminarsiempre , leer el principito , es un reflejo de la situación que vive el lector (AL MENOS EN MI CASO) ,de alguna manera pareciera que los textos tienen esa cosa de poder metamorfosearse, sin la posibilidad de la no identificación.
ResponderEliminarEs un libro escrito por un adulto muy conectado con su ingenuidad infantil (en realidad no hay gran diferencia en esto, mas la que nosotros querramos darle)...
Mi biblia en algunos momentos , regalo para amigos cuando hay amor. en la simplicidad del relato van implícitas grandes verdades que nos rebotan en el corazón sin darnos cuenta -muchas veces- el por que, se nos olvida que de niños solo somos adultos pequeños , y cuando ¨crecemos¨creemos haber perdido eso de la infancia... cuando sigue ahí, no es algo que se pueda borrar solo por el cambio de centímetros en nuestro cuerpo , en realidad nuestra mente podría seguir intacta solo el tamaño variaría; esto se nos olvida muchas veces , por la educación adultocentrista que nos imponen.
muchas gracias por este blog. saludos.
Me encanta que opinéis, más todavía si lo hacéis de forma tan dispar. Gracias por lo diverso.
ResponderEliminarEn cualquier arte en la vida nos puede pasar. Cada uno debe disfrutar con lo que le llega. Sea a favor de las masas o la crítica, o en contra. Pero no debemos cerrar nuestra mente porque no sería la primera vez que odiamos una canción escuchada por primera vez, que luego adoramos. O un libro que esquivamos y acaba siendo uno de nuestros favoritos. A veces, simplemente, no es le momento...
ResponderEliminarYo leí El Principito por primera vez a los 14 añitos... Hoy tengo casi 26 y sigue siendo mi libro de cabecera por excelencia, y espero que eso nunca cambie :) Quiero seguir cultivando a la niña que hay en mí, tanto como la adulta (aunque a veces pareca que la segunda no crece jajaja). Me ha gustado mucho lo que has dicho, aunque tengo que comentar algo que siempre hablo con mi mejor amiga, a la que también le encanta el libro. La gente que venera este libro son rosas. La gente que no... son hongos! jejeje una manera divertida de ver las cosas :)
ResponderEliminarEncontré tu blog siguiéndole la pista a la primera imagen, y me doy cuenta qué agradable es que me haya conducido hasta aquí... ¡sobre cuántos autores has escrito!
ResponderEliminarA mí me sucedió lo mismo que a vos, recién tuve la posibilidad de tomar por primera vez El Principito hace unos meses y ya tengo casi 23 años.
Descubrir su historia al igual que la de la película Amèlie me han cambiado la forma de ver la vida. Dicen que la eternidad está en un instante, y puede caber dentro de un pequeño detalle. No perdamos la inocencia, tal vez sea lo más puro que tenemos.
Saludos.