A pesar de lucir una esbelta figura y usar una talla 40 en lo que a pantalones se refiere, no puedo evitar el paso del tiempo. Lo peor de todo no son las canas, las arrugas o la celulitis (de esto último no padezco, aviso), sino la paternidad, en mi caso ajena, claro está… Los que no tenemos hijos los matamos a palos, y los que los tienen, mutan en seres verdaderamente insufribles. Tengo bien aprendida la lección de que, de los hijos de otros, mejor no hablar, aunque hoy haré una salvedad para ensañarme con el cariño paterno-filial.
No me gusta generalizar (¿o sí?) pero se podría decir que los padres (occidentales) de hoy día son meras comadronas asustadizas a cargo de parapléjicos llorones que les trepanan hasta el fondo de pensiones. Tanto es el afán de supervivencia de los nenes de ahora que son capaces de metabolizar hasta la tarjeta de crédito, aunque, como dice una compañera de trabajo, anciana, sabia y madre: sin duda, los peores en este asunto somos los padres…
Hay amores paternos de toca índole, desde el padre que trata a sus hijos como logros empresariales (El kick-boxing no entra dentro de los proyectos que he ideado para mi hijo), aquellos que vomitan sus frustraciones en los vástagos (Comentario1: ¿Has visto lo que hace el nene con siete meses? Apunta las maneras de Cristiano Ronaldo ¡Mañana mismo le compro unas botas de fútbol!; Comentario 2: Mi chiquilla tiene veintitrés meses y lleva tocando el violín desde los trece, ¡será una gran directora de orquesta!) o los que dirigen con mano firme el futuro de éstos (¿Quién me lo iba a decir? Tras diecisiete profesores particulares, el colegio público, los maristas, una universidad pública, tres privadas y la de favores que hemos pedido para colocarlo, ¡el hijoputa se hace jipi!), pero los que más odio son aquellos que acuden muy indignados a pedir calificaciones más elevadas para su hijo/a porque, según ellos, su reconocimiento académico pasa por haber ganado en todos los juegos de la Play Station® incluido el FIFA 2010, por lucir mejor que nadie las botas katiuskas o por pasear al perro todas las mañanas. ¡A mí! ¡Al que no recibió de sus profesores más que la nota merecida, bien fuese un tres, un cinco o un ocho!
Para terminar con una nota jocosa, recomiendo a todos esos padres que olvidan que los maestros calificamos del cero al diez (pese a quien pese hay que asignar una nota), el último y práctico libro-ingenio de Marion Bataille, 10, una retahíla de pop-up que nos permite subir y bajar en la escala de calificaciones sin mucha dificultad.
No me gusta generalizar (¿o sí?) pero se podría decir que los padres (occidentales) de hoy día son meras comadronas asustadizas a cargo de parapléjicos llorones que les trepanan hasta el fondo de pensiones. Tanto es el afán de supervivencia de los nenes de ahora que son capaces de metabolizar hasta la tarjeta de crédito, aunque, como dice una compañera de trabajo, anciana, sabia y madre: sin duda, los peores en este asunto somos los padres…
Hay amores paternos de toca índole, desde el padre que trata a sus hijos como logros empresariales (El kick-boxing no entra dentro de los proyectos que he ideado para mi hijo), aquellos que vomitan sus frustraciones en los vástagos (Comentario1: ¿Has visto lo que hace el nene con siete meses? Apunta las maneras de Cristiano Ronaldo ¡Mañana mismo le compro unas botas de fútbol!; Comentario 2: Mi chiquilla tiene veintitrés meses y lleva tocando el violín desde los trece, ¡será una gran directora de orquesta!) o los que dirigen con mano firme el futuro de éstos (¿Quién me lo iba a decir? Tras diecisiete profesores particulares, el colegio público, los maristas, una universidad pública, tres privadas y la de favores que hemos pedido para colocarlo, ¡el hijoputa se hace jipi!), pero los que más odio son aquellos que acuden muy indignados a pedir calificaciones más elevadas para su hijo/a porque, según ellos, su reconocimiento académico pasa por haber ganado en todos los juegos de la Play Station® incluido el FIFA 2010, por lucir mejor que nadie las botas katiuskas o por pasear al perro todas las mañanas. ¡A mí! ¡Al que no recibió de sus profesores más que la nota merecida, bien fuese un tres, un cinco o un ocho!
Para terminar con una nota jocosa, recomiendo a todos esos padres que olvidan que los maestros calificamos del cero al diez (pese a quien pese hay que asignar una nota), el último y práctico libro-ingenio de Marion Bataille, 10, una retahíla de pop-up que nos permite subir y bajar en la escala de calificaciones sin mucha dificultad.
Ja, ja, ja!
ResponderEliminarse nota que habla el profesor que llevas por dentro. Menos mal que a mi no me toca evaluar con notas ya que trabajo con infantil. Solo me tengo que enfrentar con las madres y padres y decirle la verdad adornada. un abrazo. judith
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