Para no aislarse por completo del mundanal ruido, uno tiene que hacer algún sobreesfuerzo, olvidarse de todo compromiso (familia, amigos, trabajo y estudios) y dedicarse a tareas que, aunque exentas de mucho decoro, te hinchan de paz y sosiego hasta el duodeno intestinal…, no sea que la muerte te atropelle cansado y termines los días, además de exhausto, jodido.
Este ejercicio puede consistir en acudir al supermercado más cercano, llenar de garabatos un cuaderno olvidado, degustar un café en la calle más bulliciosa de la ciudad, elegir un banco en el parque, sentarse en él, y dejar que la vida te sorprenda con su pasar... o ir al cine…
No suelo disfrutar del séptimo arte asiduamente, cosa que se debe más al precio que a la distancia (los albaceteños podemos presumir de disfrutar las sesiones de cine más caras de España entera), pero como siempre queda el refugio de la filmoteca, cercano y económico, me concedo un deseo y, a ciegas, voy a la sesión vespertina para concederle un capricho al hemisferio más tranquilo de mi cerebro, ese que vitorea todo lo relacionado con lo estático e inerte de mi ser.
La película en cuestión se llamaba Mis tardes con Margueritte, La tête en friche en el francés original. Estaba protagonizada por Gerard Depardieu, ese gran hombre de tamaña nariz y un variado elenco de actores entre el que destacaba Gisèle Casadesus, la Margueritte a la que aludía el título.
Tome asiento en una butaca de las filas superiores (cada uno con sus manías), lo más centrada posible…
Empezó…
Terminó…
Y sin ser una obra maestra, me emocionó…
¡Ea! ¡Las películas donde los libros son los protagonistas son así!
Este ejercicio puede consistir en acudir al supermercado más cercano, llenar de garabatos un cuaderno olvidado, degustar un café en la calle más bulliciosa de la ciudad, elegir un banco en el parque, sentarse en él, y dejar que la vida te sorprenda con su pasar... o ir al cine…
No suelo disfrutar del séptimo arte asiduamente, cosa que se debe más al precio que a la distancia (los albaceteños podemos presumir de disfrutar las sesiones de cine más caras de España entera), pero como siempre queda el refugio de la filmoteca, cercano y económico, me concedo un deseo y, a ciegas, voy a la sesión vespertina para concederle un capricho al hemisferio más tranquilo de mi cerebro, ese que vitorea todo lo relacionado con lo estático e inerte de mi ser.
La película en cuestión se llamaba Mis tardes con Margueritte, La tête en friche en el francés original. Estaba protagonizada por Gerard Depardieu, ese gran hombre de tamaña nariz y un variado elenco de actores entre el que destacaba Gisèle Casadesus, la Margueritte a la que aludía el título.
Tome asiento en una butaca de las filas superiores (cada uno con sus manías), lo más centrada posible…
Empezó…
Terminó…
Y sin ser una obra maestra, me emocionó…
¡Ea! ¡Las películas donde los libros son los protagonistas son así!
Yo la vi hace unas semanas, y me pareció tan entrañable.
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ResponderEliminarsí! la película no es una obra maestra pero es de una gran ternura. La vi en un avión y me emocionó pese a los ronquidos del que estaba durmiendo en el asiento de al lado. Depardieu es maravilloso, como Cyrano o como el tipo simple que descubre la lectura de manos de Margueritte, ¡es un gran actor! Hace rato que quería hacer un comentario sobre esta película en mi blog y siempre dejo pasar. Ya llegará el momento. Me alegra haber encontrado tu comentario. Mireya
ResponderEliminar19 de mayo de 2011 00:30