Si hay algo hoy en día más terrorífico que comprarse un piso, es amueblarlo. Adquirir toda suerte de complementos para el hogar, desde la vajilla hasta las cortinas, pasando por la lavadora, el colchón (de viscoelástica, por supuesto) o la escobilla del wáter, es de lo más tedioso que le puede suceder a cualquier propietario. Carreras maratonianas por las tiendas de todo-a-cien, visitas a polígonos industriales y regalos familiares, configuran la decoración de los hogares españoles, cuevas actuales en las que no puede faltar una mesa camilla.
La del calor del brasero,
la que gana por los pies
las batallas al invierno.
La que te abriga las piernas,
y derrota limpiamente
alternativas modernas.
Al darte el calor humano
de convocar en su entorno
a padres, a hijos y a hermanos.
Vieja y amable sibila
de las cenizas y el fuego,
de la copa y la badila.
La de la humilde alambrera
que colocó el carbonero
y ponderó a la alhucema.
Esta que ahora no da
enchufada en un enchufe,
amor de electricidad.
Rosa Díaz.
La mesa camilla.
En: Los versos del Hablamueble.
Ilustraciones de Luis de Horna.
2011. Madrid: Anaya
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