Lo confieso. Me he puesto como un atún del Mar Cantábrico.
¿Serán los miguelitos de la pasada feria? ¿Todas las “wurst” que me zampé
durante el mes de julio? ¿Las ingentes cantidades de cerveza que habré
mamado?... El caso es que voy a salir rodando ¡y no va a haber quién me pare!…
Decidido: he de tomar un paquete de medidas urgentes (espero que no tengan el
mismo efecto que las gubernamentales…) para recuperar la espléndida figura que
otrora me caracterizó (rían, rían, que quién ríe el último, ríe mejor…).
He pensado que lo mejor para desengrasar el colédoco es una
dieta a base de materia verde (¡ojalá fueran billetes!) y agua de Solán de
Cabras, algún yogur que otro (hay que conformarse con estos derivados lácteos
ya que últimamente no hay quién dé con un poco de kéfir… aprovecho para, desde
aquí, hacer una llamada a la solidaridad de alguno de mis lectores, para que me
remita un pedacito de ese hongo milagroso vía correo postal, por lo que le
estaré eternamente agradecido) y fruta, mucha fruta -antes de que se la coman
los finlandeses-. No sé si será tan efectiva como la dieta del cucurucho, pero
creo que obtendré unos resultados, si no magníficos, medianamente aceptables.
Es terrible caer en la cuenta de que ya no soy ningún efebo
escuálido y que no podré hincharme a tajás de tocino. Mientras sea por hacerle
frente a los cambios de la tasa metabólica, la pringue: “nunca mais”. (Si
siguen descojonándose de esa manera tan poco piadosa, es más que probable que
el nivel de colesterol se sitúe a los
niveles de la prima de riesgo española, así que, ¡cuidaico!).
Y para despedirme en este día, en vez de Biomanán®, me he
decantado por un libro en el que la comida rebosa por el lomo y la entradilla,
y cuyos autores (Judi Barrett y Ron Barrett) se han hecho de oro (¡más de tres
millones de ejemplares vendidos!... para que luego digan que el libro álbum
está de capa caída…). Nublado con
probabilidades de albóndigas, aunque no lo considero enteramente redondo
(el final me dejó algo decepcionado), podría decirse que está muy pensado, no
sólo por las ilustraciones, el uso del color, la referencia al nonsense y la
presencia de la relación abuelo-nietos, sino por la originalidad del argumento:
un batido de meteorología y gastronomía.
Ha... y a mí que se me reproduce el kefir y el yogur búlgaro por doquier... que no es por dar envidia. En realidad, yo también sufro las consecuencias de los excesos veraniegos, pero he pensado que voy a hacer frente a los recortes a base de contraposición, o sea, oponiendo barriga y michelos crecientes ante derechos menguantes. Por lo menos mientras nos dé para comer. Glups.
ResponderEliminarQuerido: cuando vengas por Albacete, me lo dices, en mi congelador tengo unos trocicos de kéfir congelados, creo que seguirán sirviendo después de la criogenización. Saludos
ResponderEliminar¡Qué bien, Amparito! Déjaselos a María Luisa el viernes y los recogeré durante la tarde, ¡que el "body" necesita regenerarse!
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