Andaba yo entre “Gestión y conservación de aguas y suelos” y
“Economía aplicada”, cuando, de repente, toparon mis ojos con un volumen de los
Cuentos de Antón Chéjov (para más
señas, la edición de Alba editorial) y, dado el soberano aburrimiento que me
acometía (completamente normal…), me dispuse a leer, ¡cómo no!, Muerte de un funcionario…
Era de preveer que uno de los maestros del naturalismo,
fuese capaz de captar en un breve relato, el miedo al que se ve sometido el
trabajador público ante el omnipresente político de turno, una figura que,
además de acojonar por su casta deleznable, desprende cierto tufillo a cacique
malparido, de esos que malmandan y joden a diestro y siniestro. No les extrañe
tanta finura, pues ando ciertamente harto de esos que se dedican a criminalizar
al funcionariado (incluido Jorge Javier Vázquez… ¡razón lleva mi padre diciendo
que no puede ser bueno echarse la siesta con semejante rumor de fondo!). Los
que tan gratuitamente intentan desacreditarnos, esos que se han hinchado de
ladrillo y adoquín, y que a la postre arengan al populacho para henchirlo de
envidia, deberían hacer cola en la guillotina para rebanarles el pescuezo a
base de democracia y otros instrumentos de tortura.
¿Tanto mal hacemos a este país los trabajadores públicos? ¿Tanto
se malgasta en nosotros? ¿Tanto castigo nos merecemos por matarnos a estudiar?
¿Más que esos ni-nis de barrio, que esos tronistas tatuados, que esos banqueros
de brillantina?... Hasta donde yo sé -que es algo…-, en España hay miles de
municipios menores de mil habitantes en cuyos consistorios dormita más de un
arribista sin oficio ni beneficio que vive a costa de esa afirmación que reza
“lo mío pa’ mi y lo de los demás pa’ repartir”. Más les valdría a estos ediles
pesebristas, hacer caso de los maternales consejos que nos regala La Merkel, y
reducir “el auténtico estado”, el de los “politi-castros”, ese que succiona la sangre al contribuyente y diezma los
sistemas sanitarios y educativos.
… Y ahora me vendrán con el rollo de la crisis expansionista,
con el Tratado de Maastricht y con el sentimiento antigermánico, pero déjenme
decirles que, siguiendo el ejemplo de Clint Eastwood -sin performance añadida,
ni fortunas millonarias-, más nos valdría declararnos libertarios y gritar
todos a una que este país nos pertenece y que los estultos gobernantes están a
nuestro servicio.
Hola;
ResponderEliminarme gustaría contactar contigo, por favor, vía email. ¡me podrías facilitar una dirección?
Gracias.
Un saludo.
La tienes en la columna derecha...
ResponderEliminarUn saludo,
Román
Alguna conexión cósmica tenemos ;-) porque ayer estaba pensando que no pasa de este año que pille un Chejov en la biblioteca...
ResponderEliminarAhora más.
Gracias.