En cualquier familia (da igual la alcurnia), siempre hay
algún incauto que, lejos de utilizar a los animales como mera fuente de subsistencia,
se aleja de lo práctico y decide tratarlos como muñecos de peluche, un error
mayúsculo que no acarrea más que gastos alimentarios, visitas al veterinario y
un hogar a rebosar de pelo.
Como en cualquier otra especie, este tipo fauna
humana cuenta con distintos fenotipos que, clónicos, se repiten sin cesar por
el ancho mundo. Aquí, unos ejemplos:
1. Abuelito
soltero (o en su defecto calzonazos y felizmente casado), jubilado y aburrido
que lo mismo pasea perros, que cría gatos, o que cultiva alcachofas.
2. Mujer
de bien, viuda y con hijos creciditos, que focaliza sus dotes de mando en algún
perro faldero que otrora encontró en la calle.
3. Pareja
o matrimonio joven que, indeciso entre hijos biológicos o adoptados, prefiere
poner un perro en su vida común para ir acostumbrándose a ellos mismos.
4. Mujer
joven, preferentemente del sexo femenino que, dándose por vencida en el terreno
amoroso, se rodea de felinos que la resoben, protejan y alejen de posibles
pretendientes.
5. Hombre
joven, ignorante y con acento de otra galaxia llamada Villapocicos de la
Serena, que alterna sus labores cinegéticas con la cría de mastines para
agasajar al señorito durante la cacería.
6. Inconsciente
caprichoso/a, votante de izquierdas y dispuesto a alardear de altruismo y
solidaridad, que acude a la perrera más próxima y salva de dos a cinco almas
perrunas, para su mayor gloria divina.
7. Obrero,
lumpen, choni o cani, con superavit en su cuenta bancaria, que adquiere un
perro de raza para vacilar entre congéneres de que en épocas de escasez
venideras, tendrá can que pasear y otra boca que alimentar.
Seguro de las risas que suscito y reprochándome alguna que
otra palabra, admito que no siento animadversión alguna por acompañantes de
pelo y pluma, pero si intento seguir a pies juntillas esa consigna tan manchega
que advierte “cada uno en su casa y el burro en la linde”, que bien pensado,
ahorra alguna que otra discusión familiar, enfermedad contagiosa y percances
irracionales.
Por otro lado, si tienen ganas de animales hogareños, siempre
pueden imaginar uno como el que protagoniza Un
perro en casa (Daniel Nesquens y Ramón París, editorial Ekaré), que a
caballo entre la imaginación, lo extraño y el deseo, pase de ser una
idea tangible a terminar en el desagüe. Y es que esta historia trata de todos aquellos niños que anhelan adoptar un perro callejero y hacerlo suyo; un perro que se va volviendo cada vez más y más negro y que al final acaba desvaneciendo. Una maravillosa metáfora de los sueños
infantiles que, inevitablemente, lo convierten en uno de los mejores álbumes
ilustrados del 2012.
A mi hijo le encantó...
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